Bueno señores, aquí está el tie que sigue...
THE ROAD TO THE RECKONING Esperanzas y Miedos (Prólogo 4)
Tierra–10,514 :
La tarde llovía en una gran urbe japonesa y un grupo de personas se dirigía a una modesta casa que parecía pequeña en comparación con los gigantescos rascacielos que la rodeaban, pero que en realidad se trataba del lugar más importante de aquél mundo. El contingente era compuesto tan sólo por tres personas: uno de ellos era un samurai vestido de negro. Otro de ellos era un hombre joven de cabello rubio, piel pálida y con una venda blanca sobre su ojo derecho. El tercero –el más joven de todos– era un muchacho con un semblante triste y duro. También vestía de negro y portaba un sable. Estaba tuerto, pero no se molestaba en ocultarlo con un parche. Cargaba a un animal peludo de aspecto regordete y se podía sentir que la criatura estaba incómoda con el sepulcral silencio que los dominaba y por la tempestuosa tormenta que tenía lugar sobre sus cabezas. Parecía como si el cielo se estuviera desquebrajando y cuarteando en pedazos, lo cual de un modo u otro, era cierto...
–Mokona... ¿por qué nos has enviado a la casa de Yuuko? –preguntó sombríamente el muchacho tuerto.
–Mokona no los trajo aquí, Syaoran. Alguien más lo hizo –contestó la criatura peluda.
–¿De qué diablos hablas? –exclamó molesto el samurai –. Tú eres la única que puede enviarnos a algún mundo. Tú debes saber el porqué.
Mientras se acercaban solemnemente hacia la entrada de la casa, se percataron de una figura con una larga mortaja negra que parecía estarlos esperando. Syaoran se detuvo de golpe.
–¿Quién eres tú?–Preguntó extrañado, pero cuando el personaje levantó su mirada, todos pudieron ver su rostro, lo cual causó aún más confusión –. ¿Su...baru? ¿Qué haces aquí?
El hombre se quitó la capucha y vieron que no se trataba de él, aunque tenía un gran parecido con esa persona.
–Me temo que me has confundido con alguien más, Syaoran de la Tierra–10,912. Mi nombre es Alan Spencer, El Mensajero Multiversal de la Tierra–776 –contestó solemne mientras veía al resto del grupo –. Y ustedes deben ser Kurogane, de la Tierra–14,311 y Fye de la Tierra–14,640. Es un placer conocerlos.
Kurogane desenvainó su arma pero Fye lo detuvo.
–¿Cómo es que sabes nuestros nombres? ¡Responde!
–Como les dije soy el Nuruvalya, el Mensajero de los dioses por todo el Multiverso. Es natural que sepa de algunas personas. Me gustaría explicarles más pero me temo que el tiempo se nos ha terminado. Vengan adentro, Yuuko aguarda por nosotros.
Ellos se miraron desconfiados al principio, pero decidieron seguirlo hasta la entrada de la vivienda. Allí, las dos sirvientes de Yuuko les sonrieron amablemente como era costumbre. Una vez que pasaron a la exótica sala, la dueña de la casa ya los esperaba sentada y con la Mokona de color negro. Irónicamente vieron que estaba usando el mismo vestido negro que tenía puesto el primer día que estuvieron allí. Finalmente el Mensajero se colocó a su lado, muy seriamente.
–Syaoran, Fye, Kurogane. Me alegra contar con su visita, aunque me hubiese gustado que fuera en condiciones menos... apremiantes –dijo, en un tono neutral.
–¿Y Mokona?–preguntó la cosa peluda.
–También lo has hecho muy bien – le sonrió pálidamente. Syaoran podía adivinar que una gran tribulación la aquejaba.
–¿Qué es lo que sucede Yuuko? ¿Por qué nos has traído aquí? –preguntó.
–Yo no fui la que los trajo a este universo. Fue él – contestó Yuuko, señalando al hombre extraño que estaba a su lado –. Él es el Mensajero Multiversal, el hijo de un conocido mío. Ha venido a mí porque una gran tempestad se aproxima, la más terrible de todos los tiempos.
–¿Fei–Wong tiene que ver algo con esto? ¿O lo que pasó con Sa...? –Fye se calló, pues lo que había pasado con Sakura aún estaba muy fresco en las memorias de todos, en especial en Syaoran.
–Me temo que en realidad es mi culpa, Fye –respondió calmadamente el Mensajero–. Yo dejé que esa maldad fuese liberada. No fui lo suficientemente fuerte como para impedirlo.
–Bah! ¿De qué diablos hablan? ¡Ya déjense de cosas y hablen claro! –se quejó Kurogane, harto de los enigmas que Yuuko y el muchacho se traían entre manos.
–Muy bien –contestó aclarándose la voz –, lo diré del modo más claro que pueda: desde hace algún tiempo, una fuerza perversa se ha estado moviendo en el multiverso, alimentándose del odio. No sabemos con exactitud qué es ni cual es su objetivo, aunque tenemos algo muy en claro: está destrozando una a una cada realidad existente. Ha liberado terribles abominaciones; ha dejado en libertad a monstruos ancestrales. Ha hecho pactos con seres de un insondable poder a través de los abismos cósmicos. La Tela Génesis, aquella que une todo lo creado, se esta haciendo pedazos gracias a ello.
Los tres compañeros se quedaron estupefactos. Syaoran, por su parte, tuvo un pequeño dejavú ante estas palabras. Yuuko sólo estaba sentada en su sofá, fumando uno de sus largos cigarrillos. Aunque su mirada profunda y seria estaba más marcada que nunca.
–Por si fuese poco – interrumpió ella –, he sentido varias presencias que no deberían estar activas. Una de ellas viene de lo que queda del Nexo Multiversal. El sello que estaba ahí, se ha roto. Y algo extremadamente antiguo ha salido de las profundidades del abismo.
El Mensajero se volvió hacia ella, alarmado.
–Entonces lo que sentí antes…
–Me temo que fue real, Mensajero. –respondió Yuuko y luego pronunció una frase serenamente, casi como si fuese el extracto de un rezo ceremonial: –“Maldita sea la tierra donde los pensamientos muertos viven reencarnados en una nueva y particular existencia. Y maldita sea el alma que no habita ningún cerebro”.
–Un momento –interrumpió Syaoran –. ¿Quiere que vayamos a este… Nexo Multiversal?
–No, aún no – aclaró Yuuko –. Ustedes tienen una misión antes de que partamos todos a un sitio más seguro. Con mi poder, no puedo controlar hacia qué mundo vamos, pero el Mensajero puede ayudarnos en esto.
El joven de la capucha negra asintió con la cabeza. Y Kurogane se acercó, con desconfianza.
–Sé que nos ha ayudado en mucho, Bruja de las Dimensiones, pero aún no entiendo porqué deberíamos desviarnos de nuestra misión. Al contrario: para mí, es ahora más imperativo que nunca encontrar las plumas.
Yuuko lo miró de tal forma, que Kurogane no pudo evitar voltear hacia otro lado. No era por que ella inspirara miedo ó ira. Sino fue porque vio un profundo terror en la mujer de piel pálida.
–Les estoy pidiendo esto –contestó lentamente – porque son muy pocos en que puedo confiar para esta misión. Y porque si no hacemos nada contra este poder, no habrá un mañana para nadie.
Los tres se quedaron muy callados ante esta declaración, y Fye habló al fin, esta vez más serio que nunca –. ¿A dónde tenemos que ir Yuuko?
La bruja esbozó una ligera sonrisa.
–A una sección que fue aislada del resto del Multiverso cuando una entidad se alzó hace ya varios años. Allí, también se ha levantado una sombra de un poder que deberá ser contenido lo antes posible. Tendrán que ir por un artefacto de gran tamaño y salvar a cuantos guerreros les sea posible. Irán a la Tierra-1 del viejo multiverso. Al planeta Oa.
–¿Oa? –preguntó Fye cuando de pronto comenzó a temblar violentamente y repentinamente el cielo se tornó negro.
–¿Qué demonios esta pasando? –exclamó Kurogane, desenvainando su espada.
–Al fin ha llegado –dijo Yuuko –. Tenemos menos tiempo del que esperaba.
–¿Q-Quién ha llegado? – preguntó Syaoran, quien se cubría fuertemente el ojo ciego con su mano.
La Bruja de las Dimensiones sonrió amargamente.
–Apophis.
TIERRA-101, UNIVERSO HELGAST
DETROIT, MICHIGAN. ZONA VERDE DE ESTADOS UNIDOS.
25 DE NOVIEMBRE DE 2039
La mañana se hacía más gélida y la nieve comenzó a caer cuando un muchacho de unos 24 años de edad iba en un autobús viejo y atestado de gente. Su nombre era Richard Muldon Escalante, alguien que debido a su piel morena y rasgos latinos (así como por la ropa que llevaba puesta) cualquiera hubiese sospechado que era miembro de alguna de las bandas mexicanas o de Sudamérica de las que tanto se hablaba ahora. No ayudó mucho tampoco que tuviese un ojo morado ó que llevara varias bolsas con latas de comida, uno de los bienes más apreciados en esos nuevos tiempos.
Él por su parte le parecía surrealista que algunas de las personas del autobús tuviesen periódicos. Aunque ahora, con más de la mitad del mundo que se veía forzada a depender de nuevo con -a lo mucho- tecnología de la época victoriana gracias a un pulso electromagnético (y acarreando aún con la situación de la post guerra nuclear), los medios impresos eran la única opción para intentar mantenerse informado. Y es que de repente, el siglo de la información se había quedado sin Internet ni computadoras que estuviesen al alcance de la población media.
Richard por su puesto no podía evitar sentirse culpable, ya que él sabía la razón del porque el mundo estaba tan jodido ahora. Un gran hombre se sacrificó para que un monstruo y una flota de otro mundo no convirtieran a la Tierra en una colonia más. Pero era algo que ésa gente jamás sabría.
De pronto el autobús aceleró su marcha pues atravesaron por uno de los barrios que ahora estaban en la miseria. La gente, al verlos comenzó a arrojarles piedras e inclusive ladrillos. Por fortuna, casi todos los transportes que funcionaban habían sido donados por el ejército por lo que el vehículo contaba con vidrios blindados. Pasaron por una larga avenida y Richard se paró, abriéndose paso entre la multitud hasta llegar a la puerta, donde él se bajó.
—Fucking beaner… —alcanzó a escuchar a uno de los pasajeros quien lo miró con desprecio. Él solo se limito a seguir su camino, atravesando varias avenidas y calles donde la gente prendía fogatas ó pedían monedas para poder conseguir comida… y drogas. Llegó hasta un complejo industrial, uno de los tantos que estaban abandonados. En la entrada, una cámara de seguridad activada lo observaba y sacó una tarjeta, donde al pasarla por un seguro digital las puertas corroídas se abrieron con un lastimoso chirrido de metal antiguo. Caminó al complejo, donde tras pasar de nuevo por una puerta con un seguro digital, repitió la operación y al llegar a un vestíbulo, activó un ascensor metálico que lo llevó unos tres pisos abajo, en las entrañas de un bunker secreto. Al detenerse observó a un par de jóvenes afro-americanos; a un muchacho asiático de su edad y a un hombre maduro, cuyo pelo corto comenzaba a llenarse de canas. Y entonces su mirada se posó en una chica de cabello rojizo que no dejaba de contemplar una espada. Todos lo miraron al percatarse de su presciencia, aunque ella fue quien le sonrió al verlo.
—Disculpen la tardanza, pero las cosas están bastante feas allá afuera —se excusó, colocando las latas en una mesa de metal cubierta de plástico mientras todos se acercaban.
—Y que lo digas —contestó Jamal, el joven de color con rastas que se tomó una lata de sopa y se la mostró a su hermana —. Ayer apenas salimos Mary y yo y unos sujetos nos quisieron asaltar afuera del café que se encuentra cerca del puesto militar del centro. Fue taan gracioso cuando me enseñó una navaja y con mi vista la derretí por completo.
—¿Y que estaban haciendo tan lejos de la base, Jamal? —preguntó el hombre barbado.
—E-Estábamos ahí, tratando de conseguir algo de información ya sabe, por si los militares sabían algo. No somos tan imprudentes, Cid —explicó Mary.
—Los militares pocas veces saben algo útil. Al menos, los de ése rango —replicó severamente la muchacha de cabello rojo, con un marcado acento francés —. Además, no es bueno que muestren sus poderes de ésa forma.
—Lo sabemos, Jeanne, ¿pero que otra opción teníamos? — le reprochó Jamal, aunque al enfrentar su mirada, bajó sus ojos —. Sé que no debimos haber hecho eso, lo siento…
—Lo único que digo es que tengan más cuidado. Si los militares descubren que son metahumanos se volverá a desatar el infierno, como hace 3 años.
—Ah, Jeanne, traje algo para ti —interrumpió Richard —. Espárragos, los últimos que quedaban —le dio una lata y Jeanne quitó su mirada fría y le dedico una sonrisa —. Se que te gustan mucho.
—Muchas gracias, Richard —le agradeció, suavemente. Y él no pudo evitar ruborizarse al verla.
—Ah… por cierto. ¿Dónde está la doctora Helen? Me encargó unas cosas y debo dárselas antes de que se ponga a gritar —preguntó Richard, intentando cambiar de tema.
—Helen no ha salido en todo el día, Richard — contestó el Cid —. Ha estado trabajando en algo relacionado con las demás bases ocultas en el país.
—Así que… ése psicópata tenía más bases como esta…
—Eso parece. Lo extraño es que se han estado comenzando a activar de repente. Por si solas, como por arte de magia.
Al decir esto, todos miraron al Cid, preocupados. Entonces el chico asiático habló:
—No estará implicando que Nimbatul…
—No —contestó con voz severa el Cid —. Escucha Kenji, Nimbatul está muerto. Yo lo vi con mis propios ojos. Arthur… Arthur Pendragon sacrificó su vida para detenerlo.
—Sí, lo más seguro es que solamente sea un sistema de seguridad —añadió Richard —. Helen está tratando de ver el tamaño del daño que ése monstruo hizo. Ni siquiera muerto sabemos todos sus secretos.
Richard bajó por las escaleras que estaban escasamente iluminadas con una parpadeante luz fluorescente hasta que llegó a un cubículo donde se encontraba una enorme cámara en forma de cilindro, varios ordenadores y una pequeña computadora que iluminaba con su luz azulosa la silueta de una mujer de unos 35 años que tecleaba frenéticamente.
—Hola Helen, ya te traje tu almuerzo —Pero ella no le hizo mucho caso. Intrigado, Richard se acercó a ella para ver qué la mantenía tan ocupada…
—Perdón sonar tan cortante, Richard, es sólo que tengo una pequeña crisis aquí —se disculpó la mujer, alejándose del monitor y frotándose los ojos.
—¿Tan grave como para no almorzar?
—La verdad… es que no estoy segura —replicó ella y le hizo un ademán con su mano para que viera la pantalla —. Inició anoche en toda la red de estas instalaciones y francamente no averiguo aún de que diablos se trata todo esto.
Al acercarse el joven Escalante, vió como en la pantalla Led aparecía un cronometro que estaba en ceros y parpadeaba y una pestaña advertía de algo.
—“Comando aceptado. Protocolo War-Tide iniciado…” ¿Pero qué…?
—Lo sé, yo tampoco entiendo un carajo. Estoy segura que yo no provoque eso. Al inicio pensé que se trataba de una secuencia de autodestrucción ó una basura como esa pero… después me di cuenta que bloqueaba por completo el sistema.
Richard se rascó la barbilla, pensando. Una sombra nubló sus pensamientos por un instante.
—Si tú no activaste por error esa cosa… quiere decir que alguien más lo hizo. ¿No estarás pensando que…?
—No, no necesariamente —contestó tajante Helen —. Solamente indica que alguien que conoce el sistema pudo entrar o quizás sea algo automático. Pero no lo sé… eso de War-Tide…
—No se oye naaada amigable —completó la frase el superhéroe.
Repentinamente, Jeanne bajó, asustada y con el rostro preocupado.
—¡Richard, hay problemas!
—Wow, espera, ¿qué sucede Jeanne? —preguntó Richard, poniéndose su máscara plata, oro y carmesí.
—¡La radio de los militares sonó! ¡Hay un ataque metahumano en el centro de la ciudad! Uno de ellos reportó ver una enorme figura alada en el cielo —Y al decir esto, la joven francesa apretó los dientes.
—¿Qué? Oh no… ¿Siegfried? ¡Pero si las cosas ya estaban en paz con ellos? —exclamó Richard indignado mientras esperaba a que Helen se les uniera.
—No lo se Richard pero… —el rostro de Jeanne se tornó en confusión —por lo que logramos escuchar, él estaba huyendo de algo más.
—¿Algo más? ¿Pero que puede existir para que alguien como Siegfried y su fafnir huyan? —cuestionó, pero ella no contestó.
Al dar la alarma, todos salieron al exterior y usando una camioneta que Helen había podido obtener en medio del caos que había azotado al planeta hace 1 año. Era la única aportación que podía hacer ahora y se sintió impotente, al ver la cara seria y desencajada de todos. El Cid se acercó a ella y colocó su mano en su hombro, intentando reconfortarla.
—Volveremos pronto, Helen. Descuida, Jeanne y yo los hemos entrenado bien, aunque te pido que tengas todo listo, en caso que tengamos que huir. —declaró seriamente antes de subir.
—De acuerdo, Cid —contestó la doctora, intentando no ocultar su temor .
Adentro Jamal examinaba con la mirada el vehiculo donde estaban.
—Vaya, aún no puedo creerlo.
—¿Qué cosa? —preguntó Kenji.
—Somos superhéroes… y aún así viajamos en una chatarra hecha antes de la Tercera Guerra Mundial…
Salieron de la camioneta a unas dos cuadras del perímetro que había establecido el ejército. Multitudes de personas huían atemorizadas de la escena mientras en el cielo nublado poderosos relámpagos hacían cimbrar hasta la tierra misma.
—¿Qué diablos esta pasando? —se preguntó Richard acomodándose su máscara y corriendo con los demás para a Congress Street. Se ocultaron rápidamente al ver como un convoy de jeeps se dirigía al epicentro de aquella tempestad —Vaya, jamás pensé que esto pasaría, pero… los militares nos ignoraron por completo.
—Sea lo que sea que esté pasando allá, Richard, debe ser grave —contestó el Cid.
—Con el debido respeto, Rodrigo. Cid. ¿Aún piensa que no se trata del regreso de Nimbatul?
Pero el Cid no respondió, y en lugar de eso se acercó a Jeanne y le murmuró algo al oído. Así, avanzando lentamente se acercaron al epicentro del siniestro. Y al llegar, solo pudieron ver un enorme crater en medio del centro de Detroit, donde una mujer alta de piel bronceada yacía inconsciente y un hombre rubio de facciones toscas estaba de rodillas con su armadura severamente dañada, mirando hacia los cielos desafiante. El Cid llegó y ayudó a la mujer que yacía herida, pero ella reaccionó violentamente.
—¡¿Quién…?!
—Atalanta… soy yo, Rodrigo. ¿Qué pasó aquí? —preguntó, mientras la sostuvo de un hombro y la ponía a salvo.
—¡Siegfried! —gritó Jeanne, al reconocer al guerrero rubio.
—¡No, no te acerques! — le advirtió como respuesta, cuando un poderoso relámpago se estrelló violentamente contra su pecho, lanzándolo hasta una pared que se desquebrajó por el impacto.
—¡No! —Gritó Atalanta, pero trastabilló y el Cid intentó detenerla —¡Suélteme, tengo que ayudarlo!
Jeanne miró hacia las nubes de tormenta. Y de repente, una forma humana bajó, enfundada en una extraña coraza y se posó en el suelo. Su cabeza estaba cubierta por un extraño casco de formas puntiagudas, un visor negro y dos protuberancias a los lados que parecían alas. Blandía una enorme lanza que parecía ser muy antigua.
—¿Y quien diablos es ése? —exclamó Jamal, estupefacto ante lo que veían sus ojos.
—No lo sé… pero el tipo acaba de basurear a Einheriar y a Atalanta como si nada… —contestó Richard.
—Eh… ¿chicos? Creo que no es “ése”, sino un “ella” —agregó Mary para sorpresa de todos.
El extraño comenzó a avanzar majestuosamente y Atalanta junto con el Cid se interpusieron en su camino.
—No sé quien seas, pero no permitiré que les hagas mas daño —amenazó el español, pero su adversario ni se inmutó.
—Si le haces algo a Siegfried… ¡Te juro que te arrancare la maldita cabeza!
El extraño se detuvo y ladeó su cabeza, como si los examinara. De pronto, una voz robotica salió del casco.
—El Amo tenía razón… qué pena —movió su cabeza hacia donde estaba Atalanta —¿Ella es mi nuevo reemplazo? ¿Con ella me engañas ahora? Patético…
Todos miraron sorprendidos cuando Siegfried usó a Balmung para ponerse de pie.
—¡Espera, no vayas! —exclamó Jeanne pero el guerrero nórdico solo tenia su mirada en el nuevo enemigo.
—Por favor, Jeanne. Esto es algo que tengo que hacer solo…
Siegfried, el guerrero que era conocido como Einheriar se paro y se colocó delante de Atalanta y adoptó una posición de combate.
—Mis sospechas eran ciertas… —habló al fin, sin ocultar que aquello le causaba mucho dolor —. Ése monstruo también te revivió.
—¿De que hablas, Siegfried? ¿Quién es ella? —preguntó Atalanta, exasperada. Y en respuesta, el desconocido avanzó un paso y clavó su lanza en el suelo. Se tocó el cuello con su mano y al instante, del casco salió una pequeña estela de vapor y se lo retiró. De inmediato vieron el rostro orgulloso de una joven mujer rubia de ojos azul profundo.
—Soy Brunhilda, hija de Odín. Pero Blood Valkyrie es el nombre que me ha otorgado el Amo. Este cobarde solía ser mi esposo, hasta que me engañó y se burló de mí —declamó con voz severa —. Afortunadamente mi amo, el Gran Nimbatul me ha otorgado la satisfacción de la venganza.
Siegfried cerró los ojos, arrepentido mientras Atalanta lo sujetaba del hombro con gran fuerza. Todos comenzaron a sudar frío al escuchar de nuevo el nombre de ése monstruo. Jeanne se paró y desenfundó la espada que le había otorgado el Cid, Tizona.
—No me importa quien diablos seas, ¡pero no lastimaras a mis amigos! —exclamó, desafiante, pero Brunhilda solo resopló.
—Qué pena. Porque el Gran Nimbatul me ha ordenado, a cambio de cobrar mi venganza, que los asesine a todos ustedes. Y yo, Blood Valkyrie, por el poder rayo que se me ha otorgado, los aniquilaré a todos…
CONTINUARÁ...