Bienvenidos a mi nueva novela. Hace mucho tiempo estaba bajoneado y me dije: ¿Tendré el valor para suicidarme? mmm No, pero si tuviera una segunda oportunidad de vivir me enfrentaría a cada cosa que me da miedo. Incluso si ese miedo, no es el caso, fuera el fin del mundo. En ese momento se me ocurrió esta novela titulada "Mensaje de muerte".
El objetivo de esta novela, en principio, era demostrar que se puede obtener la piedad de un Dios benévolo y amoroso. El profeta Homero Simpson dijo "Dios los ama por eso va a matarlos" jajaja
. No fuera de broma, si Dios ama al mundo y lo creo ¿Para que destruirlo no? Me estaba planteando todas esas preguntas cuando vino a mi la idea de hacer combatir el protagonista principal (Alberto) contra los "Jinetes del Apocalipsis". La palabra Apocalipsis según se usa en la Biblia significa "Revelación" pero no cualquier revelación sino una divina. ¿Que tal si los cuatro jinetes: Guerra (Rojo), Hambre(Pálido), Pestes (verde) y "El rey" (Blanco lino) tienen un pasado oculto por el que quieren destruir el mundo y a sus habitantes? O mejor: Apolion, el ángel del abismo.
Los dejo con el primer capitulo de esta obra de arte.
Gracias.
MENSAJE DE MUERTE
Por Raziel Saehara.
Prologo.
“Soy aquel que extiende sus alas por sobre la vida.
Soy aquel que enseña cuan valiosa es aquella.
Soy aquel que al final de la existencia irá a juzgar al Hades con las alas de la voluntad.
Soy aquel que restituye al que ya no está.
Soy aquel que busca la causa noble para tratar de salvar el alma.
Soy el que conduce a estas al descanso eterno.
Juzgo al arrepentido.
Juzgo al miedoso.
Juzgo al cobarde.
Juzgo a aquel que ha cometido un error.
Aquel que en su vida se ha equivocado.
Aquel que ha pecado contra su propia fe.
Aquel que ya no siente remordimiento por los homicidios causados.
¿Un asesino tiene la culpa de la muerte?
¿Es Dios el culpable de la misma?
¿O es un plan maquiavélico entre ambos?
Un acuerdo de sangre entre las partes involucradas
¿Es Dios un ser embustero y frágil?
¿Por qué el ser humano sigue muriendo si Jesús oró por ellos?
Solo yo, el máximo ser, puedo responder eso.
Pero no lo voy a hacer ahora, primero escuchen la historia
Y definan ustedes.
¿Quién soy?
¿Todavía no lo sabes?
Soy…
LA MUERTE”
Capitulo I: El tren de la nada.
“Era un día normal en la vida de Alberto. El sol salía como todas las mañanas.
Se despertó a las seis de la mañana. Después de una larga noche de pesadillas.
Desayuno un café con leche caliente con unas tostadas con manteca y azúcar.
-Voy a llegar tarde nuevamente -dijo él mientras se ponía la ropa de ciclista.
Hacía ya un mes y medio que trabajaba en una empresa de correos en un pueblo de la ciudad de Buenos Aires.
Pero había algo extraño, en realidad había varias cosas extrañas, las cartas no poseían remitentes y el dueño -de nombre Antonio- le pidió con una orden explicita que no abriera los sobres para nada.
Por supuesto nada de esto le importaba a Alberto mientras a él le pagaran su sueldo, que por cierto era muy suntuoso.
-¿Cinco mil Euros por semana? -dijo él aquel día que lo contrataron- Cuente conmigo.
-La única condición para trabajar aquí es no abrir los sobres ni aunque nos lo pida el cliente, ¿Entendido?
Al parecer Alberto había entendido la condición al pie de la letra.
Nunca se le cruzó por la cabeza siquiera la idea de abrirlos.
Tomó su bicicleta y salió de su casa cerrando la puerta con llave y candado. Él vivía con su tío.
Sus padres habían muerto hacía doce años en un accidente que lo dejó huérfano a los ocho años.
Desde entonces estuvo en una dependencia del gobierno a cargo de un hermano de la madre -el tío- que trabajaba para el intendente de aquel Pueblo.
Ese día salió de su casa y tomó por el camino de tierra que estaba acostumbrado.
Eran las ocho de la mañana, su jefe lo regañaría de nuevo.
Apresuró el paso para tratar de llegar a tiempo.
Pasó por la vieja plaza del pueblo y vio, como es costumbre en el barrio, gente tomando mate y charlando los problemas de su vida
Llegó tarde de nuevo. Era de suponerse.
Sus compañeros entraban y salían del local vestidos de la misma forma que él. Un equipo de ciclista, con ese casco fluorescente y esa remera y pantalón ajustados que lo hacían verse como una mujer.
Uno de sus compañeros lo increpó delante del jefe.
-Mire quién llegó Antonio- dijo Luís a su jefe, un tipo alto y panzón, rubio y de ojos claros. Antonio rondaría los cincuenta años.
-¿Otra vez tarde Alberto? -lo increpó Antonio, más conocido como Tony.
-Discúlpeme, no tengo excusas -dijo Alberto y comenzó a notar que el rubor le corría por el rostro al ver que todos lo miraban- Perdóneme… es que no he estado durmiendo bien -Dijo e inmediatamente se puso a trabajar.
Tomó la bolsa con cartas, su lista y salió disparando de la agencia de correos. Estaba molesto consigo mismo por no haber llegado temprano.
Alberto daba lo mejor de sí para hacer de aquella una empresa mejor. De hecho él fue el de la idea de la lista.
Anteriormente se les daba un handy con el cual llamaban a la agencia y Tony les decía donde deberían dejar los sobres.
Ahora todo era más simple, solo buscaba las direcciones y era cuestión de ir a ese lugar, entregar la carta e ir a la siguiente.
Solo le quedaba una carta en la bolsa y quedaba bastante lejos.
-Domingo Cabred 967 -esa fue la última dirección que leyó- tengo que agarrar la ruta siete para llegar hasta ahí, bueno es el último sobre del día.
Agarró por la ruta siete pero ésta resultó estar cortada porque un puente había cedido y caído al río.
-¡que suerte que no fui yo el que cayó al río! Aunque a veces lo desearía- dijo él dando un leve suspiro.
¡Alberto!
Alberto miraba para todos lados buscando aquella voz que lo llamaba.
-Debe ser una ilusión -se dijo para sus adentros- nadie me conoce aquí.
-¡Alberto!
Miró para todos lados mientras buscaba la voz y de pronto la vio. Había dos cartas donde antes solo había una.
-No puede ser -dijo y frenó al costado de un camino muy concurrido por camiones y semiacoplados.
Miró de vuelta el fondo de la bolsa y allí estaban, eran dos. La primera con aquella dirección y la segunda con el nombre de él.
-¿Cómo puede ser posible? Hace dos minutos miré la bolsa y solo había un sobre -dialogaba solo- ¿Qué debo hacer?
¿Qué debía hacer?
¿Debería abrir el sobre?
Estaba destinado a él así que no quebraba ninguna regla al abrirlo.
Por un momento imagino la cara de Tony al enterarse de que alguien abrió el sobre… No debía abrirlo… Miró de nuevo el sobre… estaba semiflojo así que lo abrió.
Un ruido como el galopar de mil caballos se escuchó.
Y de él sobre una voz dijo:
“Huye cuanto quieras, nada puede hacer que eludas tu destino: ahora serás un Lázaro”
No tuvo tiempo de huir muy lejos.
En aquel momento corrió asustado hacía el medio de la ruta y un camión, cuyo conductor venía distraído escuchando música, lo atropelló.
Alberto voló literalmente por los aires. Era su fin. Él había llamado a la muerte con sus pensamientos. ¿A dónde iría ahora? ¿Cielo? “No creo haber sido el chico honradez, además seguro que con mi glosario San Pedro me manda hacia a bajo”
¿Infierno? “¡NO! ¡No había sido tan malo como para ir al infierno! Aunque su Glosario podría mandarlo ahí”
¿Purgatorio? “Esperar en ese lugar a que una persona tenga un hijo y pueda volver a la vida mediante la reencarnación, parecía un trato justo… olvidar el pasado y comenzar de nuevo”
El conductor asustado corrió a auxiliarlo, lo dio vuelta y lo examinó.
-¡Hey! ¡Pibe contestá! -fue lo último que escuchó Alberto.
De repente se sentía invadido por una paz que nunca había sentido en su vida.
-¿Dónde estoy? -Pensó él- ciento que he sido purificado.
Despacio abrió los ojos y se encontró en un lugar distinto al que recordaba.
Miró a su alrededor y notó que ya no estaba en la ruta: estaba dentro de un tren.
-¿Un tren? Parece no haber nadie aquí -decidió sentarse en esas butacas y contemplar el paisaje.
Podía ver desde su ubicación el hermoso lugar donde se encontraba.
-¡Que hermoso paisaje! -Exclamó él, pero se sintió incomodo al ver que era el único en aquel lugar-Esto, sin lugar a dudas, no es Buenos Aires.
Se quedó un rato contemplando aquella hermosura de paisaje- Este lugar me hace acordar a algo.
Se quedó pensando un instante.
-¡Eso es! ¡Los campos Elíseos! ¡El paraíso perdido! Creo que la Biblia lo llama “Edén”… Entonces… Sí estoy muerto…
Se palpó el pecho.
-Mi corazón late.
Se tomó el aliento.
-Puedo sentir mi aliento.
Trató de recordar.
Se vio en la ruta, parado a un costado del camino con un sobre en su mano,
¿Qué era aquel sobre? Por alguna razón no lograba recordarlo.
Desistió de intentarlo, ya que comenzaba a dolerle la cabeza.
Decidió dar una vuelta por el tren para ver si encontraba a alguien.
Caminó durante lo que parecieron horas.
Era extraño, no le dolían los pies.
De repente y sin previo aviso una mujer se manifestó de la nada.
Estaba allí sentada, con un color radiante en su piel morena.
La chica era de complexión delgada, Tenía una nariz pequeña y redondeada. El cabello largo y negro le caía sobre los hombros, de modo que parecía una princesa de algún país africano, aunque tenía los rasgos de una Argentina. “¿Seremos los últimos dos humanos vivos en este mundo?”.
-¡Ey! ¡Nena! -trató de despertarla él.
Alberto la sacudió y ella abrió los ojos.
-¿Quién eres? ¿La muerte? -preguntó ella.
-¿Quién? ¿Yo?, No lo creo -dijo él mirándola de reojo.
-¿Qué hago aquí? Se supone que estoy muerta.
-Yo también debería estarlo, o eso creo, no recuerdo muy bien lo que paso- dijo Alberto y tomó asiento en una butaca frente a ella.
Los asientos eran suaves como la piel de un bebé.
-¿Cuál es su nombre? -preguntó él.
-Mi nombre es Gladys -dijo ella y se palpó el corazón- tengo 24 años y acabo de quedar viuda, ¿Cuál es el tuyo?
-Mi nombre es Alberto, tengo 20 años y nunca me casé -dijo él con pesar- Nunca -repitió mientras pensaba como sería su vida si alguna vez se hubiese casado.
El silencio se hizo en el tren. Ninguno de los dos habló.
-¿Cómo sabes que estas muerto si no lo recuerdas? -dijo Gladys rompiendo el incómodo silencio
-Porque me siento tranquilo -dijo él- siento que todos mis problemas se solucionarían si sigo aquí.
-¿Nunca pensaste en formar una pareja? -Dijo ella con sus ojos llenos de lágrimas -¿Nunca pensaste en ser feliz?
Él negó con la cabeza.
-La felicidad la perdí hace doce años cuando -hizo una pausa y con un suspiro dijo- maté a mis padres.
Se hizo el silencio.
Solo se escuchaba el traquetear del tren.
-¿Y como fue?- dijo ella.
-¿Te interesa saberlo? -dijo él sorprendido ante la pregunta- ¿Por qué?
-He pensado en algo- dijo ella -puede ser una tontería pero talvez funcione- agregó- Este mundo parece pertenecer al Hades, a las Parcas, al dios de la muerte… Tal vez si le demostramos que en realidad no buscamos nuestra propia muerte… Ese ser, nos deje ir, o volver a la vida, o lo que sea que haga.
Alberto dudó por un segundo que la muerte los vigilara, “¿Quiénes somos nosotros para que la muerte nos vigile?”, decidió hacerle caso a la chica y comenzó su relato.
-Corría el año 1998. Era julio. Hacía frío en las calles y era de noche. Mi papá era alcohólico y golpeador. Volvía de jugar al bingo en la madrugada Mi madre era de una generación de mujeres dominadas por hombres alcohólicos y golpeadores. Todos ellos fueron abandonados por sus parejas. Un día que él volvió del casino encontró a mi madre preparando su ropa en las maletas. Yo escuché la pelea entre ambos. Me levanté y fui en silencio hasta donde estaba la escopeta de mi padre. La tomé y me paré en la escalera esperando que él saliera de la pieza de ella.”Vos no te vas a ningún lado maldita hija de puta, no voy a permitir que me abandones, antes te mato”. Esas fueron las palabras de mi padre. La puerta de la pieza estaba entre abierta. Me acerque furtivamente como un gato asustado. “Pendejo, ¿Qué haces con mi escopeta? ¿Me vas a matar desagradecido?”. Mi padre me había descubierto. Me quedé duro como una piedra. Saqué el seguro y me aposte en la base de la escalera. “Se un buen niño y devuélveme eso”. El bajaba las escaleras de casa balanceándose por la borrachera que tenía. Apunté y disparé. Mi tiro fue certero. Le di en el corazón. Había matado a mi padre. Pero ahí no termina la historia. Mi madre bajó las escaleras asustada pensando que mi padre me había matado. “No te preocupes hijo. Vos no lo mataste, fue suicidio. No se puede juzgar a las personas solo por su apariencia”. Y me dijo una frase que hasta ahora me retumba en la cabeza. Ella dijo “el valiente dura hasta que el cobarde quiere”. La policía llegó e interrogó a mi madre. “Fui yo oficial, yo le disparé”. Argumentó que lo hizo para protegerme de la borrachera de mi padre. Ella fue juzgada y encerrada en una prisión de mujeres. Le dieron 25 años de condena. No llegó a cumplirlos. Dos días después de que la encerraron en prisión una reclusa la “Punteo” y las mujeres policía le pegaron dos tiros adjudicando que fue en defensa propia porque ella tenía una “faca”. Desde aquel fatídico día vivo con mi tío por parte de mi madre. El es un diputado muy reconocido. Él sabe la verdad. Fui yo quien mató a mi padre y fui el culpable de que mi madre también muriera. Si alguien me hubiese dicho que si yo decía que era el asesino de mi padre, mi madre no hubiese caído presa, ni yo tampoco porque era menor, estaría viviendo con ella en este momento- terminó él con lágrimas en los ojos.
El silencio se hizo nuevamente.
-Lo siento mucho -balbuceó ella.
-No importa -dijo él secándose las lágrimas- ¿Tu historia cuál es?
-Mi historia, pues verás, está comenzó allá por 1990. Tuve mi primera relación sexual a los catorce años con un chico del colegio al cual asistía. Un colegio de monjas. La madre superiora era la peor de todas. Varias veces la encontré teniendo sexo con el padre Benito. Esto hizo que mi razonamiento fuera “si la madre superiora le hace eso a los curas, ¿Por qué yo no puedo hacerlo con mis amigos?” Probé de todo. Me descontrolé. Chico que me parecía lindo, chico con el que tenía sexo. Pero después del coito los chicos me abandonaban. Decían “esa piba es lo más fácil que hay” o “le tiras una moneda y se deja mejor que nadie”. Pasé al secundario de la misma manera. Chico que veía chico con el que tenía sexo. Para colmo la escuela a la que fui era técnica: había chicos por todos lados. Pero empecé a sentirme vacía. Los chicos casi no me atraían. Así fue que empecé a ir a boliches gay y conocí una chica de nombre Lucila. Ella era pelirroja, flaca y de grandes pechos. Bailaba arriba de los parlantes con una pollera corta y un top muy insinuante. Nos conocimos y tuve mi primera experiencia homosexual. Fue fascinante. Quería seguir probando así que hice una fiesta con dos amigos de la secundaria y ella. ¡DESCONTROLAMOS! Mis amigos trajeron droga y consumimos a morir. “sexo, birra, y rock & roll” era el lema de la fiesta. Terminado el descontrol cada cual volvió a su casa y eso me hizo pensar en lo mucho que desea el ser humano ser feliz pero sin lograrlo. Olvidé mencionar algo. Mis padres son directores de una agencia de investigación derivada del FBI. Tenemos “La plata”. Pronto me sentí abrumada. “¿Me gustan los dos sexos?” Vivía preguntándomelo. Cuando lo hablaba con mis padres me decían “Es la adolescencia, pronto pasará”. Yo no lo creía así. Pronto empecé a consumir Marihuana en grandes cantidades. La policía me arrestaba cada día por estar drogada y armar lío en el barrio. Un día que estaba borracha y drogada en una plaza se me acercó un hombre de unos 50 años. Su nombre era Emiliano. Se me acerco, yo lo miré con desconfianza y, en lugar de dejarme ahí tirada, me alzó en sus brazos y me llevó a su casa. El vivía en una casa muy humilde. Se ganaba la vida como cartonero. No había computadoras ni tecnología alguna. Solo una heladera vieja y una radio que apenas agarraba AM. La casa era de chapa y ladrillos a la vista. Como toda seguridad poseía una chapa como portón. Emiliano me cuidó dos días seguidos. “No puedo ir a trabajar si vos no te curas” me decía. Había dos camas en la habitación, Él vío que yo miraba la otra cama. “Esa cama era de mi hija, murió hace poco de Leucemia” dijo él con lagrimas en los ojos “No tengo plata como para pagar los gastos del tratamiento. El gobierno no me los cubre porque soy pobre y estoy fuera del sistema” agregó y se fue de ahí. Esto me dejó pensando. ¿Qué hago yo con mi dinero? ¿No puedo siquiera ayudar a alguien a seguir viviendo? Me puse en pie y fui al comedor. Había una mesa derruida donde él tomaba una medida de una bebida alcohólica. Usaba uno de esos vasos pequeños de copetín. “Señor Emiliano, usted es fuerte. Piense en su hija. A los muertos les da mucha felicidad que sus seres queridos sigan viviendo”. Dije yo. “Lo sé por eso te levante de la calle”. Desde ese día él se enamoró de mí y yo de él. Pero yo tenía vergüenza de llevarlo a mi casa. ¿Qué pasaría si él se enterara que en realidad soy hija de un cerdo del gobierno Yanquee? Seguíamos haciendo largas caminatas al costado del mar. Yo lo quería llevar al cine o al shopping pero el decía que en esos lugares no se podía hablar. Agarraba él mate, la yerba y salíamos a la puerta. Nos sentábamos en una reposera y con unas galletitas dulces tomábamos mate junto a los dos perros de él: Nicolás y Terry. No la pasábamos mal. No tuvimos sexo hasta el cuarto mes de salir juntos. Era una fiera en la cama. Él lo adjudicaba a la falta de sexo y a su edad. En resumen, era un buen amante. Pero un día me dijo “Quiero conocer tú casa, tus padres y de todo lo que no me hablaste hasta ahora”, Yo le dije que no y puse de excusa a mis padres. “¿Estás segura de que no me querés llevar a tú mansión?” Agregó él. En ese momento se me vino el mundo abajo. Todo lo que habíamos pasado, vívido y hecho juntos se desmoronaba y mi careta se hacía mil añicos. “Sé donde vivís y sé donde está tú casa, ¿Por qué me lo ocultaste hasta ahora?” siguió él, “¿A que le tenías miedo?”. Yo le dije que tenía miedo que él me dejara por no haber podido salvar a su hija. “¿Solo por eso? ¡Ni todo el dinero del mundo podría haber salvado a mi hija! ¡Solo podría haberle dado un día más de vida pero nada más!” Le pedí perdón por las molestias causadas e hice el intento de irme pero él me agarró del brazo “No te vayas por favor” me dijo “Los médicos me dan un mes de vida”. Eso me destruyó. Yo lo amaba ¿Cómo iba a hacer para encontrar otro como él? Lloramos los dos juntos y entre lágrimas me propuso matrimonio. “Acepto, pero no por lastima o por lo que me dijiste, sino por que te amo”. Pronto lo llevé a casa. Justo ese mes mis padres venían de vacaciones. Se lo presente a mis padres y ellos no tuvieron objeción en aceptarlo. “Todo lo que le haga bien a mi hija nos hace bien a nosotros” dijo mi padre. “Nos vamos a casar padre” dije yo. “Aprovechen que estamos acá porque en un mes nos volvemos a Estados Unidos, y a usted gracias por sacarla de ese derrotero” agregó mi padre. “De nada suegro”. Todos nos reímos pero el alegre momento pasaría pronto. Emiliano se tomó el corazón y cayó redondo al suelo. Mi padre me ordenó ir a buscar el botiquín mientras el lo subía a mi cuarto. El médico llegó tan pronto como le fue posible. Subió al cuarto y lo dejamos a solas con él.”La enfermedad del señor está muy avanzada, tal vez le queden horas de vida, no lo sé con seguridad. Le recomiendo reposo y que tome estás pastillas” sacó un frasquito de pastillas y se las puso en la mano a mi padre. El medico se fue y yo me quede encerrada en mi cuarto junto a mi amado Emiliano. Lo vi padecer sus dolores y sufrir. Si Cristo sufrió por nosotros, él sufrió por mí. El día llegó, pasaron más de dos meses, nos casamos y él murió recién hoy. Yo lo tomé como algo especial para mi vida y no soporte su muerte. Agarré el arma de mi padre y apreté el gatillo en mi cabeza.
-Larga y triste tú historia -dijo Alberto mientras miraba por una de las ventanas- ¿Crees que algún día volvamos a ver a nuestros seres queridos?
El tren frenó de golpe y las puertas se abrieron.
-¿Una parada? -dijo Gladys.
-Eso parece -replicó Alberto.
“Bajen aquellos que temen al Dios verdadero y quieren una segunda oportunidad”
Bajaron del tren. La estación en la que bajaron se extendía hasta donde llegaba la vista.
El tren, al bajar sus ocupantes, cerró sus puertas y continúo andando.
El tren pasaba y pasaba. Al otro lado del andén se veía otro tren que iba en la otra dirección.
Junto a este, estaban tres personas sentadas en unos bancos de madera: Emiliano, y los padres de Alberto.
Los tres lucían la misma ropa blanca y resplandor celestial.
Gladys corrió a abrazar a Emiliano. En cambio, Alberto, se acercó temeroso a su padre y su madre.
-Papá, Mamá -dijo Alberto- ¿Qué hacen los dos abrazados y felices? ¡Por culpa de él es que estás muerta!
-Hijo -dijo su padre- yo me Equivoque, tomé un sendero que no debería haber sido. Lloré mucho y amargamente cuando me di cuenta que había perdido a tú madre para siempre. Pero logré descubrir que yo también necesitaba de ella y de ti. Mi hijo -dijo con lágrimas en los ojos- No sé si merezco el perdón, pero juró sobre esta tierra que hice lo posible por cambiar ¿Puedes perdonar a un viejo estupido que no ha sabido cuidar a su familia como corresponde? -Terminó el padre y sin mediación Alberto se puso a llorar y lo abrazó- ¡Padre! ¡Madre!
Por otro lado Emiliano y Gladys se abrazaban fuertemente sin darse tiempo a respirar. Llegado el momento, Emiliano la tomó de la cintura y la empujo hacia atrás.
-Se que no quieres dejarme -dijo él- ni yo tampoco a vos, pero ahora debes volver a la vida y seguir sin mí. Mira a tu alrededor. Hay un chico aquí que no ha conocido el amor en su vida, dale una oportunidad- dijo Emiliano mirando a Alberto mientras este hablaba con sus padres-.
Por otro lado, Alberto hablaba con su madre.
-¿Dónde estamos? -preguntó Alberto.
-Estamos en el corazón a Dios -dijo su padre- ¿No es verdad?
-Así es -dijo la madre de Alberto- Cuando uno muere, la esencia de la creación superior viaja hasta Dios por medio de la muerte...
-Ahora recuerdo -Dijo Alberto- Cuando abrí el sobre, se escuchó una gran explosión y de él salió el “Ángel de la muerte”, me asusté, salí corriendo y me atropelló un camión.
-Ahora deben volver -dijo Emiliano- deben ser felices para siempre como yo lo soy aquí. Y algún día volveremos a estar todos juntos -agregó él.
-Hijo, ustedes dos pueden conocerse y estar juntos siempre, aprender el uno del otro, eso es lo que realmente importa en una pareja. Ustedes tienen todo lo que importa para ser felices. Tienen el potencial, úsenlo -Dijo la madre de Alberto.
De repente, el tren que iba para el lado contrario se detuvo y se abrió.
-¿Debemos subir? -dijo Alberto y miró a su padre.
Todos asintieron y en silencio se despidieron.
Estaban de vuelta en el tren pero esta vez la vuelta fue muy corta.
Se sintieron atraídos por la luz divina y volvieron.
Lejos de ese mundo celestial y divino, Alberto despertó.
Estaba entubado, sedado y con las manos atadas al costado de la cama.
Una enfermera se le acercó y le tomó el pulso.
-Doctor –dijo ella refiriéndose al medico que revisaba a Alberto- el pulso es normal.
-Que lo lleven a rayos y le saquen una placa -dijo el médico a un camillero.
Lo llevaron a hacerse la placa de cráneo y lo encontraron arreglado como si no hubiera pasado nada.
Llegó la hora de la visita y Alberto estaba totalmente despierto.
Llegó Tony, Luís y otros compañeros de trabajo.
Tony miró a Alberto a los ojos.
-Rompiste las reglas -fue lo primero que dijo Tony- y eso está bien -agregó con una sonrisa cómplice.
-¿Qué? ¿Cómo que está bien? -se sorprendió Alberto.
Luís fue el que habló a continuación y dijo:
-Todos los que estamos aquí recibimos alguna vez la carta, la muerte nos juzgó y nos liberó.
-¿Todos ustedes vieron a la muerte? -preguntó Alberto- ¿Cómo fue?
-Fue raro y es largo de explicar, ¿Tenés tiempo o te tenés que ir a algún lado? -dijo Luís entre risas y comenzó a recordar.
Esperen la continuación. Congratulations ang thank you for playing Kof XIII.... jajaja