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 Mensaje de muerte

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Raziel_Saehara

Raziel_Saehara


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MensajeTema: Mensaje de muerte   Mensaje de muerte I_icon_minitimeJue Oct 27, 2011 7:15 pm

Bienvenidos a mi nueva novela. Hace mucho tiempo estaba bajoneado y me dije: ¿Tendré el valor para suicidarme? mmm No, pero si tuviera una segunda oportunidad de vivir me enfrentaría a cada cosa que me da miedo. Incluso si ese miedo, no es el caso, fuera el fin del mundo. En ese momento se me ocurrió esta novela titulada "Mensaje de muerte".
El objetivo de esta novela, en principio, era demostrar que se puede obtener la piedad de un Dios benévolo y amoroso. El profeta Homero Simpson dijo "Dios los ama por eso va a matarlos" jajaja Very Happy . No fuera de broma, si Dios ama al mundo y lo creo ¿Para que destruirlo no? Me estaba planteando todas esas preguntas cuando vino a mi la idea de hacer combatir el protagonista principal (Alberto) contra los "Jinetes del Apocalipsis". La palabra Apocalipsis según se usa en la Biblia significa "Revelación" pero no cualquier revelación sino una divina. ¿Que tal si los cuatro jinetes: Guerra (Rojo), Hambre(Pálido), Pestes (verde) y "El rey" (Blanco lino) tienen un pasado oculto por el que quieren destruir el mundo y a sus habitantes? O mejor: Apolion, el ángel del abismo.
Los dejo con el primer capitulo de esta obra de arte.
Gracias.

MENSAJE DE MUERTE
Por Raziel Saehara.

Prologo.
“Soy aquel que extiende sus alas por sobre la vida.
Soy aquel que enseña cuan valiosa es aquella.
Soy aquel que al final de la existencia irá a juzgar al Hades con las alas de la voluntad.
Soy aquel que restituye al que ya no está.
Soy aquel que busca la causa noble para tratar de salvar el alma.
Soy el que conduce a estas al descanso eterno.
Juzgo al arrepentido.
Juzgo al miedoso.
Juzgo al cobarde.
Juzgo a aquel que ha cometido un error.
Aquel que en su vida se ha equivocado.
Aquel que ha pecado contra su propia fe.
Aquel que ya no siente remordimiento por los homicidios causados.
¿Un asesino tiene la culpa de la muerte?
¿Es Dios el culpable de la misma?
¿O es un plan maquiavélico entre ambos?
Un acuerdo de sangre entre las partes involucradas
¿Es Dios un ser embustero y frágil?
¿Por qué el ser humano sigue muriendo si Jesús oró por ellos?
Solo yo, el máximo ser, puedo responder eso.
Pero no lo voy a hacer ahora, primero escuchen la historia
Y definan ustedes.
¿Quién soy?
¿Todavía no lo sabes?
Soy…
LA MUERTE”
















Capitulo I: El tren de la nada.

“Era un día normal en la vida de Alberto. El sol salía como todas las mañanas.
Se despertó a las seis de la mañana. Después de una larga noche de pesadillas.
Desayuno un café con leche caliente con unas tostadas con manteca y azúcar.
-Voy a llegar tarde nuevamente -dijo él mientras se ponía la ropa de ciclista.
Hacía ya un mes y medio que trabajaba en una empresa de correos en un pueblo de la ciudad de Buenos Aires.
Pero había algo extraño, en realidad había varias cosas extrañas, las cartas no poseían remitentes y el dueño -de nombre Antonio- le pidió con una orden explicita que no abriera los sobres para nada.
Por supuesto nada de esto le importaba a Alberto mientras a él le pagaran su sueldo, que por cierto era muy suntuoso.

-¿Cinco mil Euros por semana? -dijo él aquel día que lo contrataron- Cuente conmigo.
-La única condición para trabajar aquí es no abrir los sobres ni aunque nos lo pida el cliente, ¿Entendido?
Al parecer Alberto había entendido la condición al pie de la letra.
Nunca se le cruzó por la cabeza siquiera la idea de abrirlos.
Tomó su bicicleta y salió de su casa cerrando la puerta con llave y candado. Él vivía con su tío.

Sus padres habían muerto hacía doce años en un accidente que lo dejó huérfano a los ocho años.
Desde entonces estuvo en una dependencia del gobierno a cargo de un hermano de la madre -el tío- que trabajaba para el intendente de aquel Pueblo.
Ese día salió de su casa y tomó por el camino de tierra que estaba acostumbrado.
Eran las ocho de la mañana, su jefe lo regañaría de nuevo.
Apresuró el paso para tratar de llegar a tiempo.
Pasó por la vieja plaza del pueblo y vio, como es costumbre en el barrio, gente tomando mate y charlando los problemas de su vida
Llegó tarde de nuevo. Era de suponerse.
Sus compañeros entraban y salían del local vestidos de la misma forma que él. Un equipo de ciclista, con ese casco fluorescente y esa remera y pantalón ajustados que lo hacían verse como una mujer.
Uno de sus compañeros lo increpó delante del jefe.
-Mire quién llegó Antonio- dijo Luís a su jefe, un tipo alto y panzón, rubio y de ojos claros. Antonio rondaría los cincuenta años.

-¿Otra vez tarde Alberto? -lo increpó Antonio, más conocido como Tony.
-Discúlpeme, no tengo excusas -dijo Alberto y comenzó a notar que el rubor le corría por el rostro al ver que todos lo miraban- Perdóneme… es que no he estado durmiendo bien -Dijo e inmediatamente se puso a trabajar.
Tomó la bolsa con cartas, su lista y salió disparando de la agencia de correos. Estaba molesto consigo mismo por no haber llegado temprano.
Alberto daba lo mejor de sí para hacer de aquella una empresa mejor. De hecho él fue el de la idea de la lista.
Anteriormente se les daba un handy con el cual llamaban a la agencia y Tony les decía donde deberían dejar los sobres.
Ahora todo era más simple, solo buscaba las direcciones y era cuestión de ir a ese lugar, entregar la carta e ir a la siguiente.
Solo le quedaba una carta en la bolsa y quedaba bastante lejos.
-Domingo Cabred 967 -esa fue la última dirección que leyó- tengo que agarrar la ruta siete para llegar hasta ahí, bueno es el último sobre del día.

Agarró por la ruta siete pero ésta resultó estar cortada porque un puente había cedido y caído al río.
-¡que suerte que no fui yo el que cayó al río! Aunque a veces lo desearía- dijo él dando un leve suspiro.
¡Alberto!
Alberto miraba para todos lados buscando aquella voz que lo llamaba.
-Debe ser una ilusión -se dijo para sus adentros- nadie me conoce aquí.
-¡Alberto!
Miró para todos lados mientras buscaba la voz y de pronto la vio. Había dos cartas donde antes solo había una.

-No puede ser -dijo y frenó al costado de un camino muy concurrido por camiones y semiacoplados.
Miró de vuelta el fondo de la bolsa y allí estaban, eran dos. La primera con aquella dirección y la segunda con el nombre de él.
-¿Cómo puede ser posible? Hace dos minutos miré la bolsa y solo había un sobre -dialogaba solo- ¿Qué debo hacer?
¿Qué debía hacer?
¿Debería abrir el sobre?
Estaba destinado a él así que no quebraba ninguna regla al abrirlo.
Por un momento imagino la cara de Tony al enterarse de que alguien abrió el sobre… No debía abrirlo… Miró de nuevo el sobre… estaba semiflojo así que lo abrió.
Un ruido como el galopar de mil caballos se escuchó.
Y de él sobre una voz dijo:
“Huye cuanto quieras, nada puede hacer que eludas tu destino: ahora serás un Lázaro”
No tuvo tiempo de huir muy lejos.

En aquel momento corrió asustado hacía el medio de la ruta y un camión, cuyo conductor venía distraído escuchando música, lo atropelló.
Alberto voló literalmente por los aires. Era su fin. Él había llamado a la muerte con sus pensamientos. ¿A dónde iría ahora? ¿Cielo? “No creo haber sido el chico honradez, además seguro que con mi glosario San Pedro me manda hacia a bajo”
¿Infierno? “¡NO! ¡No había sido tan malo como para ir al infierno! Aunque su Glosario podría mandarlo ahí”
¿Purgatorio? “Esperar en ese lugar a que una persona tenga un hijo y pueda volver a la vida mediante la reencarnación, parecía un trato justo… olvidar el pasado y comenzar de nuevo”
El conductor asustado corrió a auxiliarlo, lo dio vuelta y lo examinó.
-¡Hey! ¡Pibe contestá! -fue lo último que escuchó Alberto.
De repente se sentía invadido por una paz que nunca había sentido en su vida.

-¿Dónde estoy? -Pensó él- ciento que he sido purificado.
Despacio abrió los ojos y se encontró en un lugar distinto al que recordaba.
Miró a su alrededor y notó que ya no estaba en la ruta: estaba dentro de un tren.
-¿Un tren? Parece no haber nadie aquí -decidió sentarse en esas butacas y contemplar el paisaje.
Podía ver desde su ubicación el hermoso lugar donde se encontraba.
-¡Que hermoso paisaje! -Exclamó él, pero se sintió incomodo al ver que era el único en aquel lugar-Esto, sin lugar a dudas, no es Buenos Aires.

Se quedó un rato contemplando aquella hermosura de paisaje- Este lugar me hace acordar a algo.
Se quedó pensando un instante.
-¡Eso es! ¡Los campos Elíseos! ¡El paraíso perdido! Creo que la Biblia lo llama “Edén”… Entonces… Sí estoy muerto…
Se palpó el pecho.
-Mi corazón late.
Se tomó el aliento.
-Puedo sentir mi aliento.
Trató de recordar.
Se vio en la ruta, parado a un costado del camino con un sobre en su mano,

¿Qué era aquel sobre? Por alguna razón no lograba recordarlo.
Desistió de intentarlo, ya que comenzaba a dolerle la cabeza.
Decidió dar una vuelta por el tren para ver si encontraba a alguien.
Caminó durante lo que parecieron horas.
Era extraño, no le dolían los pies.
De repente y sin previo aviso una mujer se manifestó de la nada.
Estaba allí sentada, con un color radiante en su piel morena.
La chica era de complexión delgada, Tenía una nariz pequeña y redondeada. El cabello largo y negro le caía sobre los hombros, de modo que parecía una princesa de algún país africano, aunque tenía los rasgos de una Argentina. “¿Seremos los últimos dos humanos vivos en este mundo?”.
-¡Ey! ¡Nena! -trató de despertarla él.
Alberto la sacudió y ella abrió los ojos.
-¿Quién eres? ¿La muerte? -preguntó ella.
-¿Quién? ¿Yo?, No lo creo -dijo él mirándola de reojo.
-¿Qué hago aquí? Se supone que estoy muerta.
-Yo también debería estarlo, o eso creo, no recuerdo muy bien lo que paso- dijo Alberto y tomó asiento en una butaca frente a ella.
Los asientos eran suaves como la piel de un bebé.
-¿Cuál es su nombre? -preguntó él.
-Mi nombre es Gladys -dijo ella y se palpó el corazón- tengo 24 años y acabo de quedar viuda, ¿Cuál es el tuyo?
-Mi nombre es Alberto, tengo 20 años y nunca me casé -dijo él con pesar- Nunca -repitió mientras pensaba como sería su vida si alguna vez se hubiese casado.

El silencio se hizo en el tren. Ninguno de los dos habló.
-¿Cómo sabes que estas muerto si no lo recuerdas? -dijo Gladys rompiendo el incómodo silencio
-Porque me siento tranquilo -dijo él- siento que todos mis problemas se solucionarían si sigo aquí.
-¿Nunca pensaste en formar una pareja? -Dijo ella con sus ojos llenos de lágrimas -¿Nunca pensaste en ser feliz?
Él negó con la cabeza.
-La felicidad la perdí hace doce años cuando -hizo una pausa y con un suspiro dijo- maté a mis padres.
Se hizo el silencio.
Solo se escuchaba el traquetear del tren.
-¿Y como fue?- dijo ella.
-¿Te interesa saberlo? -dijo él sorprendido ante la pregunta- ¿Por qué?

-He pensado en algo- dijo ella -puede ser una tontería pero talvez funcione- agregó- Este mundo parece pertenecer al Hades, a las Parcas, al dios de la muerte… Tal vez si le demostramos que en realidad no buscamos nuestra propia muerte… Ese ser, nos deje ir, o volver a la vida, o lo que sea que haga.
Alberto dudó por un segundo que la muerte los vigilara, “¿Quiénes somos nosotros para que la muerte nos vigile?”, decidió hacerle caso a la chica y comenzó su relato.
-Corría el año 1998. Era julio. Hacía frío en las calles y era de noche. Mi papá era alcohólico y golpeador. Volvía de jugar al bingo en la madrugada Mi madre era de una generación de mujeres dominadas por hombres alcohólicos y golpeadores. Todos ellos fueron abandonados por sus parejas. Un día que él volvió del casino encontró a mi madre preparando su ropa en las maletas. Yo escuché la pelea entre ambos. Me levanté y fui en silencio hasta donde estaba la escopeta de mi padre. La tomé y me paré en la escalera esperando que él saliera de la pieza de ella.”Vos no te vas a ningún lado maldita hija de puta, no voy a permitir que me abandones, antes te mato”. Esas fueron las palabras de mi padre. La puerta de la pieza estaba entre abierta. Me acerque furtivamente como un gato asustado. “Pendejo, ¿Qué haces con mi escopeta? ¿Me vas a matar desagradecido?”. Mi padre me había descubierto. Me quedé duro como una piedra. Saqué el seguro y me aposte en la base de la escalera. “Se un buen niño y devuélveme eso”. El bajaba las escaleras de casa balanceándose por la borrachera que tenía. Apunté y disparé. Mi tiro fue certero. Le di en el corazón. Había matado a mi padre. Pero ahí no termina la historia. Mi madre bajó las escaleras asustada pensando que mi padre me había matado. “No te preocupes hijo. Vos no lo mataste, fue suicidio. No se puede juzgar a las personas solo por su apariencia”. Y me dijo una frase que hasta ahora me retumba en la cabeza. Ella dijo “el valiente dura hasta que el cobarde quiere”. La policía llegó e interrogó a mi madre. “Fui yo oficial, yo le disparé”. Argumentó que lo hizo para protegerme de la borrachera de mi padre. Ella fue juzgada y encerrada en una prisión de mujeres. Le dieron 25 años de condena. No llegó a cumplirlos. Dos días después de que la encerraron en prisión una reclusa la “Punteo” y las mujeres policía le pegaron dos tiros adjudicando que fue en defensa propia porque ella tenía una “faca”. Desde aquel fatídico día vivo con mi tío por parte de mi madre. El es un diputado muy reconocido. Él sabe la verdad. Fui yo quien mató a mi padre y fui el culpable de que mi madre también muriera. Si alguien me hubiese dicho que si yo decía que era el asesino de mi padre, mi madre no hubiese caído presa, ni yo tampoco porque era menor, estaría viviendo con ella en este momento- terminó él con lágrimas en los ojos.
El silencio se hizo nuevamente.
-Lo siento mucho -balbuceó ella.
-No importa -dijo él secándose las lágrimas- ¿Tu historia cuál es?
-Mi historia, pues verás, está comenzó allá por 1990. Tuve mi primera relación sexual a los catorce años con un chico del colegio al cual asistía. Un colegio de monjas. La madre superiora era la peor de todas. Varias veces la encontré teniendo sexo con el padre Benito. Esto hizo que mi razonamiento fuera “si la madre superiora le hace eso a los curas, ¿Por qué yo no puedo hacerlo con mis amigos?” Probé de todo. Me descontrolé. Chico que me parecía lindo, chico con el que tenía sexo. Pero después del coito los chicos me abandonaban. Decían “esa piba es lo más fácil que hay” o “le tiras una moneda y se deja mejor que nadie”. Pasé al secundario de la misma manera. Chico que veía chico con el que tenía sexo. Para colmo la escuela a la que fui era técnica: había chicos por todos lados. Pero empecé a sentirme vacía. Los chicos casi no me atraían. Así fue que empecé a ir a boliches gay y conocí una chica de nombre Lucila. Ella era pelirroja, flaca y de grandes pechos. Bailaba arriba de los parlantes con una pollera corta y un top muy insinuante. Nos conocimos y tuve mi primera experiencia homosexual. Fue fascinante. Quería seguir probando así que hice una fiesta con dos amigos de la secundaria y ella. ¡DESCONTROLAMOS! Mis amigos trajeron droga y consumimos a morir. “sexo, birra, y rock & roll” era el lema de la fiesta. Terminado el descontrol cada cual volvió a su casa y eso me hizo pensar en lo mucho que desea el ser humano ser feliz pero sin lograrlo. Olvidé mencionar algo. Mis padres son directores de una agencia de investigación derivada del FBI. Tenemos “La plata”. Pronto me sentí abrumada. “¿Me gustan los dos sexos?” Vivía preguntándomelo. Cuando lo hablaba con mis padres me decían “Es la adolescencia, pronto pasará”. Yo no lo creía así. Pronto empecé a consumir Marihuana en grandes cantidades. La policía me arrestaba cada día por estar drogada y armar lío en el barrio. Un día que estaba borracha y drogada en una plaza se me acercó un hombre de unos 50 años. Su nombre era Emiliano. Se me acerco, yo lo miré con desconfianza y, en lugar de dejarme ahí tirada, me alzó en sus brazos y me llevó a su casa. El vivía en una casa muy humilde. Se ganaba la vida como cartonero. No había computadoras ni tecnología alguna. Solo una heladera vieja y una radio que apenas agarraba AM. La casa era de chapa y ladrillos a la vista. Como toda seguridad poseía una chapa como portón. Emiliano me cuidó dos días seguidos. “No puedo ir a trabajar si vos no te curas” me decía. Había dos camas en la habitación, Él vío que yo miraba la otra cama. “Esa cama era de mi hija, murió hace poco de Leucemia” dijo él con lagrimas en los ojos “No tengo plata como para pagar los gastos del tratamiento. El gobierno no me los cubre porque soy pobre y estoy fuera del sistema” agregó y se fue de ahí. Esto me dejó pensando. ¿Qué hago yo con mi dinero? ¿No puedo siquiera ayudar a alguien a seguir viviendo? Me puse en pie y fui al comedor. Había una mesa derruida donde él tomaba una medida de una bebida alcohólica. Usaba uno de esos vasos pequeños de copetín. “Señor Emiliano, usted es fuerte. Piense en su hija. A los muertos les da mucha felicidad que sus seres queridos sigan viviendo”. Dije yo. “Lo sé por eso te levante de la calle”. Desde ese día él se enamoró de mí y yo de él. Pero yo tenía vergüenza de llevarlo a mi casa. ¿Qué pasaría si él se enterara que en realidad soy hija de un cerdo del gobierno Yanquee? Seguíamos haciendo largas caminatas al costado del mar. Yo lo quería llevar al cine o al shopping pero el decía que en esos lugares no se podía hablar. Agarraba él mate, la yerba y salíamos a la puerta. Nos sentábamos en una reposera y con unas galletitas dulces tomábamos mate junto a los dos perros de él: Nicolás y Terry. No la pasábamos mal. No tuvimos sexo hasta el cuarto mes de salir juntos. Era una fiera en la cama. Él lo adjudicaba a la falta de sexo y a su edad. En resumen, era un buen amante. Pero un día me dijo “Quiero conocer tú casa, tus padres y de todo lo que no me hablaste hasta ahora”, Yo le dije que no y puse de excusa a mis padres. “¿Estás segura de que no me querés llevar a tú mansión?” Agregó él. En ese momento se me vino el mundo abajo. Todo lo que habíamos pasado, vívido y hecho juntos se desmoronaba y mi careta se hacía mil añicos. “Sé donde vivís y sé donde está tú casa, ¿Por qué me lo ocultaste hasta ahora?” siguió él, “¿A que le tenías miedo?”. Yo le dije que tenía miedo que él me dejara por no haber podido salvar a su hija. “¿Solo por eso? ¡Ni todo el dinero del mundo podría haber salvado a mi hija! ¡Solo podría haberle dado un día más de vida pero nada más!” Le pedí perdón por las molestias causadas e hice el intento de irme pero él me agarró del brazo “No te vayas por favor” me dijo “Los médicos me dan un mes de vida”. Eso me destruyó. Yo lo amaba ¿Cómo iba a hacer para encontrar otro como él? Lloramos los dos juntos y entre lágrimas me propuso matrimonio. “Acepto, pero no por lastima o por lo que me dijiste, sino por que te amo”. Pronto lo llevé a casa. Justo ese mes mis padres venían de vacaciones. Se lo presente a mis padres y ellos no tuvieron objeción en aceptarlo. “Todo lo que le haga bien a mi hija nos hace bien a nosotros” dijo mi padre. “Nos vamos a casar padre” dije yo. “Aprovechen que estamos acá porque en un mes nos volvemos a Estados Unidos, y a usted gracias por sacarla de ese derrotero” agregó mi padre. “De nada suegro”. Todos nos reímos pero el alegre momento pasaría pronto. Emiliano se tomó el corazón y cayó redondo al suelo. Mi padre me ordenó ir a buscar el botiquín mientras el lo subía a mi cuarto. El médico llegó tan pronto como le fue posible. Subió al cuarto y lo dejamos a solas con él.”La enfermedad del señor está muy avanzada, tal vez le queden horas de vida, no lo sé con seguridad. Le recomiendo reposo y que tome estás pastillas” sacó un frasquito de pastillas y se las puso en la mano a mi padre. El medico se fue y yo me quede encerrada en mi cuarto junto a mi amado Emiliano. Lo vi padecer sus dolores y sufrir. Si Cristo sufrió por nosotros, él sufrió por mí. El día llegó, pasaron más de dos meses, nos casamos y él murió recién hoy. Yo lo tomé como algo especial para mi vida y no soporte su muerte. Agarré el arma de mi padre y apreté el gatillo en mi cabeza.

-Larga y triste tú historia -dijo Alberto mientras miraba por una de las ventanas- ¿Crees que algún día volvamos a ver a nuestros seres queridos?
El tren frenó de golpe y las puertas se abrieron.
-¿Una parada? -dijo Gladys.
-Eso parece -replicó Alberto.
“Bajen aquellos que temen al Dios verdadero y quieren una segunda oportunidad”
Bajaron del tren. La estación en la que bajaron se extendía hasta donde llegaba la vista.
El tren, al bajar sus ocupantes, cerró sus puertas y continúo andando.
El tren pasaba y pasaba. Al otro lado del andén se veía otro tren que iba en la otra dirección.
Junto a este, estaban tres personas sentadas en unos bancos de madera: Emiliano, y los padres de Alberto.

Los tres lucían la misma ropa blanca y resplandor celestial.
Gladys corrió a abrazar a Emiliano. En cambio, Alberto, se acercó temeroso a su padre y su madre.
-Papá, Mamá -dijo Alberto- ¿Qué hacen los dos abrazados y felices? ¡Por culpa de él es que estás muerta!
-Hijo -dijo su padre- yo me Equivoque, tomé un sendero que no debería haber sido. Lloré mucho y amargamente cuando me di cuenta que había perdido a tú madre para siempre. Pero logré descubrir que yo también necesitaba de ella y de ti. Mi hijo -dijo con lágrimas en los ojos- No sé si merezco el perdón, pero juró sobre esta tierra que hice lo posible por cambiar ¿Puedes perdonar a un viejo estupido que no ha sabido cuidar a su familia como corresponde? -Terminó el padre y sin mediación Alberto se puso a llorar y lo abrazó- ¡Padre! ¡Madre!
Por otro lado Emiliano y Gladys se abrazaban fuertemente sin darse tiempo a respirar. Llegado el momento, Emiliano la tomó de la cintura y la empujo hacia atrás.
-Se que no quieres dejarme -dijo él- ni yo tampoco a vos, pero ahora debes volver a la vida y seguir sin mí. Mira a tu alrededor. Hay un chico aquí que no ha conocido el amor en su vida, dale una oportunidad- dijo Emiliano mirando a Alberto mientras este hablaba con sus padres-.
Por otro lado, Alberto hablaba con su madre.
-¿Dónde estamos? -preguntó Alberto.
-Estamos en el corazón a Dios -dijo su padre- ¿No es verdad?
-Así es -dijo la madre de Alberto- Cuando uno muere, la esencia de la creación superior viaja hasta Dios por medio de la muerte...
-Ahora recuerdo -Dijo Alberto- Cuando abrí el sobre, se escuchó una gran explosión y de él salió el “Ángel de la muerte”, me asusté, salí corriendo y me atropelló un camión.
-Ahora deben volver -dijo Emiliano- deben ser felices para siempre como yo lo soy aquí. Y algún día volveremos a estar todos juntos -agregó él.

-Hijo, ustedes dos pueden conocerse y estar juntos siempre, aprender el uno del otro, eso es lo que realmente importa en una pareja. Ustedes tienen todo lo que importa para ser felices. Tienen el potencial, úsenlo -Dijo la madre de Alberto.
De repente, el tren que iba para el lado contrario se detuvo y se abrió.
-¿Debemos subir? -dijo Alberto y miró a su padre.
Todos asintieron y en silencio se despidieron.
Estaban de vuelta en el tren pero esta vez la vuelta fue muy corta.
Se sintieron atraídos por la luz divina y volvieron.
Lejos de ese mundo celestial y divino, Alberto despertó.
Estaba entubado, sedado y con las manos atadas al costado de la cama.
Una enfermera se le acercó y le tomó el pulso.
-Doctor –dijo ella refiriéndose al medico que revisaba a Alberto- el pulso es normal.
-Que lo lleven a rayos y le saquen una placa -dijo el médico a un camillero.
Lo llevaron a hacerse la placa de cráneo y lo encontraron arreglado como si no hubiera pasado nada.
Llegó la hora de la visita y Alberto estaba totalmente despierto.
Llegó Tony, Luís y otros compañeros de trabajo.
Tony miró a Alberto a los ojos.
-Rompiste las reglas -fue lo primero que dijo Tony- y eso está bien -agregó con una sonrisa cómplice.
-¿Qué? ¿Cómo que está bien? -se sorprendió Alberto.
Luís fue el que habló a continuación y dijo:
-Todos los que estamos aquí recibimos alguna vez la carta, la muerte nos juzgó y nos liberó.
-¿Todos ustedes vieron a la muerte? -preguntó Alberto- ¿Cómo fue?
-Fue raro y es largo de explicar, ¿Tenés tiempo o te tenés que ir a algún lado? -dijo Luís entre risas y comenzó a recordar.

Esperen la continuación. Congratulations ang thank you for playing Kof XIII.... jajaja

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Raziel_Saehara

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MensajeTema: Re: Mensaje de muerte   Mensaje de muerte I_icon_minitimeMar Nov 08, 2011 7:12 pm

Segunda parte de esta novela. Enjoy it. Esta parte trata sobre la homosexualidad en la religión. No es mi intención herir a nadie, ni religiosamente ni sexualmente. Cada cual hace de sus partes un mundo. en fin. como dije antes Enjoy it!

Capitulo II: El padre Elford

“Empecé a trabajar acá un mes antes que vos.
Yo llevaba una vida de mierda.
“Droga y cerveza” eran dos palabras que estaban en mi boca todo el día.
Me inyectaba, me empastillaba y le robaba a la gente.
Un día, estando yo en la plaza, pasa un tipo que parecía estar forrado en plata así que decido asaltarlo.
Me acerqué al tipo y este comenzó a apretar el paso.
-¡hey! ¡Detente ahí!- le grité yo y él se detuvo- ¿Qué sos vivo vos? –Le pregunté yo con ánimos de intimidarlo- Gil, dame toda la…
No llegué a ver como me pegó.
El tipo me empezó a pegar como si fuera de papel y, tras que estaba borracho, no me pude defender.
La cosa es que terminé internado en el hospital zonal con doble fractura de costillas y una luxación de rotula ya que él me la había sacado de lugar.
Salí del hospital después de dos meses de recuperación en terapia intensiva.
Cuando salí, estaba desesperado, no había probado droga en dos meses.
Fui a un Dealer a pedirle “fiado”.
Con ese Dealer éramos muy amigos, así que me dio fiado sin problemas, pero yo estaba sin trabajo, no tenía como pagarlo.
Mi padre, comisario mayor de la bonaerense, me suplicaba que dejara de drogarme y de robar,
Pero… ¿Cómo haces para que alguien deje de ser lo que es de un día para otro?
Eso mismo se preguntaba mi papá cuando me disparó.
Sí, él enloqueció cuando lo echaron porque su único hijo no podía dejar de robar y de drogarse.
Después de que me disparó tomé mis cosas y me fui de casa a vivir en la calle.
Y fue en la calle donde la vi: Una carta dirigida a mí.
¿En la calle? –Me pregunté- ¿Cuántos Luís existen en este mundo? Sería bueno abrirlo, tal vez tenga plata.
La abrí y, como a vos, un “Ángel de la muerte” salió del sobre.
No me asusté, ya que borracho como estaba, no le temía a la muerte.
ÉL ángel sonrió con sus blancos dientes y su esquelético cráneo.
Levantó su hoz y, como si fuera trigo sucio, segó mi vida.
Allí yacía yo, en la noche de un Noviembre primaveral y lluvioso.
Lo último que vi esa noche fue la lluvia fría cayendo sobre el pálido asfalto.
Cerré los ojos y sentí una tranquilidad como nunca había sentido en toda mi vida. Quería quedarme allí. Ahí era feliz.
Volví a abrir los ojos, contra mi voluntad, y me vi en un tren que pasaba en ese momento sobre un puente con un claro de agua cristalina en su cuenca.
Seguí mirando el paisaje detenidamente y noté que había alguien más en aquel lugar.
El extraño me saludo y yo le devolví el saludo.
-¿Donde estamos? -Fue instinto lo que me obligó a preguntar- Veo que es un tren, pero lo último que recuerdo es que estaba en la calle tomando una cerveza preguntándome que iba a hacer con mi vida.
-¿Donde estamos? -comenzó él con un suspiro- creo que muertos.
El pánico se apoderó de mí.
¡Muerto! ¡Muerto! ¡Muerto!
Esa palabra daba vueltas en mi mente.
Me senté en aquellas butacas cómodas y suaves como la piel de un bebé.
-¿No pensás que estás mejor ahora que cuando estabas vivo? -Me preguntó aquel extraño.
Lo miré fijo pero no le respondí.
-Veo que sos de la generación del delito -dijo él casi despreocupado.
-¿Y usted que sabe? -dije yo tomándolo del cuello.
Lo apreté contra la pared del tren pero él no parecía asfixiarse.
-No puedes matar lo que ya está muerto -dijo él- ¿No te parece?
Lo solté. ¿Que sentido tenía pelearme con aquel sujeto?
Una de esas cintas que llevan en el cuello los sacerdotes cayó.
Él se agachó y la levantó nuevamente.
-¿Sos cura? -dije yo en tono amenazante- ¿Por que lo escondes? ¿No te da orgullo? ¿O es que has cometido pecados imperdonables?
-¡JA! Nada de eso -dijo él casi a los gritos- No he pecado nunca, me he mantenido casto ante los ojos de mi Dios y ahora voy a rendir cuentas ante ÉL -agregó casi entre lágrimas.
Fue patético ver llorar a aquel cura.
-¿Como fue que llegaste hasta acá siendo tan cobarde? -Dije yo- Tal vez encontremos un punto en común en nuestra historia.
Aquel cura seguía llorando en su asiento pero tomó coraje y me relató su historia que era más o menos así:
-Nací en un pueblo de Buenos Aires en 1970. Mis padres, ultra católicos, me educaron en el seno de una familia con aquella religión. Ojo, yo no reconocía a Dios de ninguna forma, pero mi familia me obligaba a ir todos los domingos a la iglesia, orar a Dios y dejarle el Dinero al cura de turno. Pronto crecí y vi un negocio en hacerme cura. Tenía 18 años cuando me inscribí en él monasterio episcopal. Me hicieron un par de preguntas como que haría si tuviera el poder de “su santidad” y cosas por el estilo. Yo creo haber respondido bien porque enseguida me inscribieron. Todo iba tranquilo hasta que veo un cura entrar a su cuarto con un monaguillo. Eso estaba prohibido en todo el recinto pero no pareció afectarle al sujeto. Decidí echar un vistazo ya que aquello me pareció fuera de lugar. Escuché detrás de la puerta y había una serie de gemidos. Decidí entrar sin golpear. Fue horroroso ver dos personas del mismo sexo mantener relaciones. El shock fue tal que caí desmayado en el momento. Solo escuché que alguien gritaba mi nombre “¡Padre Elford!”. Era de noche y me desperté. Él médico del monasterio me examinaba. “tuviste un ataque de epilepsia pero aún no sabemos por que, tenés que tomar está medicación” Yo lo miré como si no entendiera nada y así era. Aún no caía. Miré la cajita de medicación. “Tegretol” decía. “¿Voy a tener que tomarlas para siempre?” pregunté yo y su respuesta fue positiva. “¿Tuviste algún disgusto últimamente?” Recordé lo que había visto y me agarraron nauseas. “No, nada en absoluto”. Él médico me dijo que era extraño un caso como el mío. Habló con el padre Ignacio, jefe del monasterio, y le dejó encomendado darme dos de esas pastillas antes del desayuno y otras dos antes de la cena. Me quedé encerrado en mi cuarto reviviendo lo que había visto y dándole vueltas al asunto. “Pronto sería navidad y de seguro mi animo estaría más calmado” eso pensaba. En la mesa me senté lo más lejos posible del padre Hugo y de aquel monaguillo pervertido. Pasaron los días, las navidades y los años nuevos y seguía sin hablarle al padre Hugo. Pronto me recibí de cura y me mandaron a trabajar a un pueblo en Luján. Ese pueblo carecía de Iglesia por eso me mandaron a mí para adquirir un terreno en nombre del episcopado. Decidí darme una vuelta por la famosa Basílica de Luján. Allí, se dice, apareció una Virgen que lloraba sangre. ¡Son tan comunes esas cosas hoy en día! Te asombrarías de lo común que es eso. Entré en aquella Basílica. Las cúpulas eran altas al igual que el techo negro que se extendía como una sabana larga y ondulante. Por fuera, la Basílica de Luján, tenía un aire gótico. Apenas pisé el lugar se me acercó un monje y me pidió que lo acompañara. Me llevó por unos pasillos hasta donde estaba el cura del lugar. Vestía una túnica negra y su pelo, rubio y corto, me recordaba a alguien. Él se dio la vuelta y encontró mis ojos. “En un mundo tan grande, ¿hay lugar para mí? “Fue lo que él dijo. Traté de controlarme. “¡padre Hugo!” dije yo sorprendido y empecé a balbucear las palabras que quería decir. “Tranquilo Padre Elford, no vaya a ser que le de un ataque de epilepsia”. Me sonrió pero yo no acepté su estúpida sonrisa. “¿que haces acá?” dije yo en tono amenazante “O mejor dicho, ¿Por que estás vos acá y yo estoy en una capilla en medio del monte? me imagino que él dinero debe ser mucho en una Basílica” dije yo, a lo que él respondió: “La gente tiene necesidad de creer que el cielo se gana con dinero, ¿Será verdad?”. Él empezó a caminar por la galería de los santos y a enseñarme cada uno de los santos de aquel lugar. Yo no veía la utilidad de enseñarme aquello ya que eso lo habíamos estudiado en el monasterio. “¿Cual es el fin de mostrarme todos estos santos?” le pregunté yo. “El fin es contarte lo que hicieron ellos, tomemos por ejemplo la “Virgen” María. ¿Sabías que después de tener a Jesús tuvo varios hijos más?” me dijo él mientras tocaba la virgen y se persignaba. “Ninguno de todos ellos –hizo un gesto con la mano abarcando a todos los santos- fue en vida un santo”. La verdad contada por un cura me pareció indignante. “Lo que vio aquella noche Padre Elford no fue más que el principio de mi santidad: dos hombres amándose y entregando su santidad a Dios. ¿Acaso Dios no ama el amor? ¿Va usted a juzgarlo?... Queda en sus manos la respuesta.” Me dijo y volvió por el pasillo y se arrodillo a orar. “Señor perdona nuestros pecados así como nosotros perdonamos a los que pecan contra nosotros, amén” fue lo que escuché decir a este Cura. Salí de ahí indignado. Estaba abrumado por la expectativa. ¿En que se estaba convirtiendo el cristianismo? ¿Acaso los poderes de la luz estaban siendo poseídos por la oscuridad? ¿Donde se vio un cura homosexual? Sí, Dios ama el amor. ¡Pero en personas del mismo sexo! Pensaba en todo esto mientras subía al autobus. No había más lugar salvo uno en los cinco asientos del fondo, me senté en el medio. Poco después que me senté dos chicas se sentaron a mi lado y otros dos chicos al otro lado. Pero eso no fue lo peor: los dos grupos eran homosexuales. “¡Que demonios!” dije al mirar a ambos lados, golpeé el asiento en el que estaba y salí asqueado de ese antro morboso. ¿Que pasa con los hombres? ¿Ya no hay mujeres lindas? Baje del colectivo pensando en eso y no vi venir una furgoneta negra que me atropelló. Sentí decir al colectivero: “Está muerto” y así fue como llegué aquí. Terminó él.
-Entiendo por que no querías revelarme que eras cura, padre Elford -dije yo mientras lo miraba detenidamente- Ahora, es sabido por muchos que el mundo de los curas es un mundo de borrachos, drogadictos y prostitutas. Fíjate sino en el caso del presidente paraguayo Lugos o, sin ir más lejos, el padre Grassi. ¿No se acuerda usted de esos casos?
-¿Te puedo hacer una pregunta? -dijo él- y se sincero.
-dígame -respondí yo.
-Un carnicero de profesión que mata a su familia por un ataque de locura ¿Indica que TODOS los carniceros van a matar a su propia familia?, Un Odontólogo que es llamado “Conchita” por toda su familia enloquece y descuartiza a todos ellos ¿Indica que TODOS los Odontólogos van a enloquecer y a hacer lo mismo con sus respectivas familias? ¿Es un ser humano igual a otro ser humano? -me preguntó él muy serio.
Yo dudé la respuesta pero esta era lógica.
-Ningún humano es igual a otro pero si igual al Dios que los creó, por lo tanto comete los mismos errores que ese Dios -dije yo- ¿Quien dice que Dios no sea un ser sicótico y austero?
-Dame un ejemplo -me dijo él padre Elford.
-Por ejemplo, si Dios fue el creador de los dinosaurios ¿Por qué permitió que los eliminara un meteoro? -Pregunté yo- ¿No será acaso que los dinosaurios fueron un plan fallido hecho por Dios para darle el petróleo a los humanos?
-Puede que tengas razón -accedió él- a todo esto no me contaste como llegaste hasta acá.
-Estaba borracho y me llegó la muerte -dije yo.
-Preferiría que la hagas más larga -dijo él- ¿quien sos? ¿De donde? ¿De que trabajabas? Etcétera.
-Está bien -dije yo, aquel tipo me ponía de mal humor- Nací en un pueblo de la ciudad de Buenos Aires en 1992. Mi padre, de nombre Mateo, asistió a mi madre en el parto dentro de un patrullero ya que él es policía. Mi madre no logró sobrevivir a una infección producida durante el parto y murió dándome a luz. Si ella hubiese sabido en lo que yo me iba a convertir creo que no me hubiese dado a luz. En fin, crecí entre hijos de policías y los vi convertirse a la mayoría en gusanos de la sociedad. Todos ellos se hicieron policías solo yo me convertí en ladrón. ¿Que puedo decir? Robar te hace sentir poderoso. Generas miedo en la gente y eso te hace creer que sos como un Dios. Me pegaron 25 tiros en el pecho en distintos robos y estoy orgulloso de ello. Debo decir que si robando igual entro al cielo ¿Para que sacrificarse siendo bueno y honrado? Pero no todo era felicidad en mi vida. Tenía demasiados choques con mi papá. “Dejá esa porquería de falopa y unite a la policía boludo” me decía continuamente a lo que yo respondía “Tomátela gorrero de mierda, yuta, gil” a lo que él me respondía “algún día vas a entender el futuro por el cual luchamos”. Hasta ahora no logro entenderlo y dudo que algún día lo logre. En fin, un día estaba en una plaza borracho, drogado y armado con una navaja de 7 dedos. Quise asaltar a un tipo que no tenía pinta de saber pelear pero me equivoque. Me molió a palos, el tipo sabia Tae-Kwon-do. Me mandó al hospital. Lo único que me reconfortaba en ese momento era saber que mi viejo estaba ahí a pesar de la cagada que me había mandado. Después de eso, salí del hospital y fui a un dealer a pedirle droga. Llegué a mi casa drogado y borracho, tuve otra pelea con mi viejo y este me echó de casa. Me fui de casa hoy mismo. Encontré un sobre con mi nombre y lo abrí. De él salió un ser en el que hasta ahora no creía: él ángel de la muerte. Y esa es toda la historia –terminé yo.
Instantáneamente se hizo el silencio en aquel lugar.
Solo se escuchaba el traquetear del tren.
El paisaje que se vislumbraba por la ventana era hermoso.
Campos sembrados de trigo y girasoles.
Pequeñas lagunas con peces que se llegaban a vislumbrar desde donde yo estaba.
-¿No sería hermoso un mundo así? –Dijo el padre Elford- Por cierto, no me dijiste tu nombre todavía.
-Luís Antonopulus.
En ese momento, el tren comenzó a aminorar la marcha.
Paró, abrió sus puertas y una voz habló.
-Solo los que aprecien la vida deben bajar.
Yo me paré de mi asiento, aunque debo admitir que estaba cómodo, y bajé del tren.
Pero cuando iba a bajar el cura, está se cerró y se escuchó una voz decir: “No has valorado tu vida. No bajarás hasta el próximo destino” y arrancó de nuevo.
El tren no parecía tener fin como vos mismo te habrás dado cuenta.
Sentí un tren andar al otro lado del camino así que fui hasta ahí.
Había una persona parada en el andén de aquel tren que se detuvo cuando yo me acerqué, pero no me abrió las puertas.
La persona estaba de espaldas y tenía una vestimenta santa.
-¿Papá? -pregunté yo al acercarme un poco más- ¿Que haces acá?
-Después de que te fuiste de casa, me quedé preocupado, no sabía si ibas a tener cobijo de la lluvia que caía sobre Buenos Aires. Me sentí tan mal que tomé una decisión: Le iba a pedir explicaciones personalmente a Dios. Créeme, ÉL contestó cada una de mis preguntas. Me dio cada una de las respuestas que necesitaba, hijo, y ahora yo te las transmitiré a ti.
-¡Espera! ¿Me estás diciendo que te mataste solo para hablar con Dios de mí? -dije yo- ¡Sos un estúpido!
-Hijo, ya no sabía como pedirte que cambies, mi vida ha estado vacía desde que perdí a tú madre... mira, ahí viene ella.
Era tal como decía mi padre. Frente a mí estaba mi madre.
El placer de volver a verla tan bella y en todo su esplendor fue magnifico.
-Madre... perdón... estuve equivocado todo este tiempo -balbuceé yo.
Pero ella me miraba fijamente sin decir palabra, y de pronto me abrazó.
Rompió todos mis esquemas.
El mundo en el que yo me había refugiado estaba desmoronándose rápidamente.
Ese abrazo me despertó de mi aletargamiento.
-¿Qué debo hacer madre? ¿Cómo puedo cambiar de vida? -Dije yo entre lágrimas-.
-Solo se tú mismo, usa la fuerza de voluntad que antes movía dinero y busca un empleo... Muéstrame que puedes cambiar -dijo mi madre.
La puerta del tren se abrió y otra voz se escuchó: “Suban solo aquellos que descubrieron como vivir”.
Me despedí de mis padres, no sin antes contarles que había un cura en aquel tren y que a este no se le permitió bajar del mismo.
-Ese cura estaba muerto desde hace tiempo y se ha dirigido al descanso eterno más allá de los campos Elíseos... ahora vete -dijo mi madre y mi padre me empujó hacia adentro.
Me preparaba para un viaje de vuelta largo como la ida, pero no fue así.
Habré tardado diez minutos en resucitar.
Me sentía adolorido, me dolía la cabeza y el pecho.
Eso era señal de que estaba volviendo a la vida, donde todo es a base de sufrimientos.
Escuche voces decir: “¡Doctor! ¡Está volviendo a la vida!”
Una voz masculina dijo: “¡Es un milagro de Dios, sin dudas!”
Y otra voz dijo: “¡Este pibe tiene mucho que agradecer al barba!”
Abrí los ojos lentamente y me di cuenta de que estaba atado a la cama, y lo bien que estaba aquello pues mi primer impulso fue querer arrancarme el respirador y los tubos de mi nariz.
Si lo hubiera echo me hubiese lastimado seriamente la tráquea.
Los médicos me hicieron varios estudios anatómicos y cerebrales.
Todo dió normal. No tenía nada.
Ese mismo día, vinieron mis tíos de Córdoba, les pedí disculpas por haberlos preocupado.
Ellos se hicieron cargo de todo el papeleo y, por suerte, no me internaron por la sobredosis de droga que había aspirado.
Un mes después de salir del hospital fui a la comisaría y les mostré donde estaba aquel Dealer que me vendía droga y lo arrestaron.
Pronto mi ánimo mejoró y me sentí mucho mejor.
La policía me ofreció un lugar en las fuerzas pero yo les dije que no.
Después de eso, decidí que necesitaba un trabajo y fue que justo vi, de casualidad, el local de Tony. Le pedí trabajo y él me tomó dándome como condición no abrir los sobres” -Fue el final de la historia de Luís.
Alberto había escuchado atentamente toda la historia.
-¿Y que pasó con el cura? -Dijo Alberto-.
-¡Que se yo! ¡Probablemente se fue al infierno por discriminar! -dijo Luís- Por cierto, la regla de no abrir la carta no iba para mí ya que yo ya había recibido mi propia carta tiempo atrás.
-¿Alguien más tiene una historia? -Dijo Alberto- ¿que tal vos Ana?
-¿Yo? Bueno, mi historia ocurrió hace dos años: -comenzó Ana
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Raziel_Saehara

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MensajeTema: Re: Mensaje de muerte   Mensaje de muerte I_icon_minitimeVie Nov 18, 2011 1:18 pm

Capítulo III: Coincidencia.

“Yo, al igual que muchos de los que estamos aquí, empezamos a trabajar en 2008 después de pasar por muchos problemas
Entre ellos mi ex novio Guillermo y su ex mujer Andrea
Los tres éramos vecinos del barrio cuando vivíamos en este pueblo, pero nos separamos cuando mi padre se mudó al campo y yo me fui con ellos, por lógica ya que era menor de edad.
Debo decir que no tuve una infancia feliz, mi padre nos golpeaba a mi y a mi madre, pero para los vecinos era “todo amor”, por ello el granero era mi lugar preferido para llorar.
Ya de grande, y después de la muerte de mi padre, volví al barrio y me encontré que este había cambiado mucho.
Los vecinos más viejos habían muerto y los que eran los más jóvenes eran ya adultos.
Salí a la puerta de la casa que adquirí en un remate y me crucé nuevamente con Guillermo.
-¿Guillermo? -Dije yo- ¿Sos vos?
Guillermo era petiso pero musculoso, rubio y de ojos celestes.
Su pelo era largo como el de una mujer.
Él paró en seco al verme. Me miró de arriba abajo.
-¿Ana? -Dijo él al verme- ¿Sos vos?
Yo me puse contenta al encontrármelo.
Nos pusimos a hablar.
Había pasado mucho tiempo.
17 años para ser exactos.
Cuando éramos chicos él venía a casa y jugábamos al “doctor” junto con Andrea, nuestra otra amiga en común.
-¿Te casaste? -Me preguntó él casi cuando nos estábamos despidiendo-.
-No, todavía no -Dije yo- es más, sigo siendo virgen.
-¿De verdad? -Se asombró él- ¿pero como? ¡Si sos hermosa!
-Es el precio de ser linda -dije yo con aire pesimista-.
-Es verdad -Consintió él.
Seguimos hablando y me contó que se había casado con Andrea, esa amiga de la infancia y que habían tenido una nena en común.
Eso me deprimió mucho ya que yo había vuelto a ese pueblo por él y así se lo dije.
-¿Volviste por mí? -Dijo él asombrado-.
-¿No te acordás de la promesa que hicimos aquel verano de 1996? -Pregunté yo.
-No, la verdad que no.
Me enojé y le cerré la puerta en la cara.
Me había puesto de mal humor. ¿Cómo podían ser los hombres tan desconsiderados? Y encima olvidarse de las promesas.
Me vine desde el campo a un pueblo en la loma del Congo y aún no sabía para que.
-¡Ana! ¡Esperá! ¡Abrí! -Dijo él a los gritos- Te estaba jodiendo, sí que me acuerdo, ¡mirá por la mirilla! -Insistió él así que miré y “eso” estaba ahí en su mano-.
-El anillo que nos había tocado en el Topolín.
Te lo explico a vos porque no sabés de qué hablo.
Una vez, justo antes de irme del pueblo, mi mamá nos regaló un chupetín Topolín a cada uno de nosotros.
A Guillermo le tocó un anillo color rojo.
A Andrea le tocó otro de esos color amarillo.
Y a mí otro color Rosa.
Le abrí la puerta y lo miré tiernamente.
-¡Lo guardaste! -Dije yo- ¡Yo sabía que no te habías olvidado!
-Lo llevé en el bolsillo por más de 17 años -dijo él- todos los días con el fin de esperar tú llegada.
Eso realmente me conmovió.
Lo invité a pasar.
-Estoy buscando trabajo en el pueblo -Dije yo una vez adentro, puse la pava y preparé el mate- ¿Sabes de algo?
-Yo hace unos días estoy trabajando en una empresa de correos -dijo él- pagan bien.
-¿Cuanto? -Pregunté yo ya interesada en el tema- ¿Toman chicas?
-Cinco mil euros por semana -Me dijo él- euros, no pesos… Y sí, toman chicas.
-¡Guau! ¡Eso es mucha pasta! -Dije yo- ¿Como es el trabajo?
-Fácil –comenzó él- Tenés que subir a la bicicleta y llevar el correo hasta destino -me explico- solo eso.
-¿Nada más? -Dije yo-.
-Nada más -dijo él-.
Tomamos unos mates mientras recordamos cosas de la infancia, cuando me caí del tobogán en esa plaza cerca de casa, cuando murió mi perro Tomy y otras tantas cosas.
-Bueno, me tengo que ir… mañana te confirmo eso.
A la semana siguiente ya estaba trabajando en la empresa “MDM”, nunca supe que significan las siglas y ahora tampoco lo sé.
Tony siempre fue bueno conmigo.
Trabajábamos solo por la mañana y en la tarde nos juntábamos con Guillermo para tomar mate.
Un día charlando con él le pregunté que era de la vida de Andrea.
-¿No te lo conté? -Dijo él- me separé hace 6 meses.
-¿Por qué? -Dije yo tomando el mate-.
-Yo soy muy celoso y donde ella trabaja hay muchos tipos que le chiflan -me confesó- y eso me ponía loco.
En el amor y en la guerra todo vale.
Yo estaba enamorada de él así que no dude en declararme.
-Pero mirá que soy muy celoso -me dijo él- celoso y posesivo.
-Te conozco desde hace mucho tiempo, no creo que lo hagas conmigo –Dije yo- Aunque a Andrea la conocés desde el mismo tiempo que yo.
-Si lo hice con Andrea lo puedo hacer con vos –me dijo él.
Eso en el fondo me asustó pero no me importó.
Desde entonces salíamos a caminar todos los días y nos besábamos en cualquier lado que estuviera oscuro.
Fue la época de oro.
Hacíamos chanchadas en mi casa o en su casa todas las tardes.
Habían pasado dos meses y todo era felicidad.
Compramos dos equipos de celulares de la misma empresa para mantenernos en contacto, ya que teníamos para llamarnos gratis el uno al otro.
Hay empezó el problema.
Tener celular gratis es como vivir juntos.
Me llamaba todas las noches y nos quedábamos hablando pavadas hasta altas horas.
Un día entró un chico nuevo de nombre Esteban.
Este chico me pareció como que me tiraba onda por un lado y por el otro fulminaba a mí novio con la mirada cuando se acercaba a mí.
Un día Esteban me invitó a ir a la casa así que fui decida a preguntarle que le pasaba con mi novio.
Llegué a su casa y me encontré con que él vivía en una mansión que ocupaba toda una cuadra.
Toque timbre y me atendió una mucama paraguaya.
-Busco al señor Esteban –dije yo al portero eléctrico-.
-¿Quien le busca? –preguntó ella-.
-Una compañera de trabajo –dije yo.
-Señor, le busca una chica –dijo la mucama.
-Hacela pasar –escuché que dijo él-.
Escuché un timbre y el pesado portón de acero y aluminio se abrió a la mitad.
El lugar era un enorme paraíso. Tenía piscina, varios coches y una frondosa arboleda que le daba aspecto de patio de millonario.
Me pregunté que necesidad de trabajar tenía aquel chico y quienes serían sus padres.
Pasé y lo vi a él abrirse paso entre el terreno frondoso y cubierto de árboles.
Me saludo y me hizo pasar a su living.
-Marta, dígale al Barman que prepare dos daikiris de frutillas y tráigamelos –dijo él a su mucama.
-¿quien sos? –Fue mi primera pregunta- o sea, ¿quienes son tus padres? –aclaré yo apenas quedamos solos.
-No se, nunca los conocí –me dijo él- ellos viven en USA, son directores de Microsoft allá, trabajan codo a codo con Bill Gates.
La mucama entró con los tragos en una bandeja, me dió uno a mí y otro a Esteban.
-Gracias Marta, puede retirarse –dijo él a la mucama-.
La mucama hizo una reverencia y se retiró del lugar.
-Vivo solo desde que soy un chico, mi mucama Marta y mi chofer Enrique me cuidan desde bebé –me dijo él y tomó un sorbo largo de la jugosa bebida, yo hice lo mismo- ellos son como mis padres.
-¿Y los estudios? –le pregunté yo- ¿Donde estudiaste?
-Acá en mi casa –me dijo él y agregó: tuve profesores particulares.
-¿Y amigos? –Dije yo- supongo que tenés a alguien.
-¡JA! Nunca tuve amigos, todos me ven como un bicho raro solo porque, mis padres son millonarios –dijo él- pero ELLOS son los millonarios, no yo y por eso me ven como el hijo de un jefe narco Colombiano.
-Entiendo –dije yo y se hizo el silencio-.
Tomamos ambos al mismo tiempo del trago de frutillas, estaba bueno.
Él rompió el silencio sacando un sobre que estaba en una repisa.
-¿Qué es eso? –Pregunté yo- veo que es un sobre del trabajo, pero ¿Vos que haces con eso?
-Estaba en mi bolso hoy en la mañana y tenía tú nombre: Ana Remo –me mostró el sobre con mi nombre escrito en aquella letra púrpura que tanto conocía-.
Me lo dió y yo no supe que hacer.
¿Debería abrirlo?
-¿A quien le importaría si lo abres o no? –Me dijo él- ¿Qué puede ser lo peor que pase?
Él tenía razón.
¿Que podría pasar?
¿A qué le tenía miedo?
El sobre estaba medio flojo así que lo abrí de un tirón.
Sentí un dolor punzante en el corazón y caí fulminada en el momento.
Miré y allí estaba ÉL: el ángel de la muerte con su afilada hoz.
Vi todo ponerse oscuro y sentí una enorme tranquilidad.
Pero algo me hacía rechazar esa tranquilidad.
No era algo natural.
Desperté después de unos segundos sin saber que había pasado.
Solo recordaba que estaba en la casa de Esteban con un sobre en la mano izquierda y un Daikiri en la derecha.
Al despertar recuerdo que pensé: “¡Que hermoso lugar!”.
Aquel lugar era bello de verdad.
Desde el tren se apreciaba un lago hermoso lleno de patos, gansos y cisnes.
Alimentándose en el río estaba una espectacular Garza dorada.
Más hacía el fondo se lograba ver una cascada y en su cima un oso “Pescaba” salmones y truchas.
Dejé de mirar el paisaje y me detuve a pensar en donde estaba.
Me senté en esos asientos cómodos y suaves como la piel de un bebé.
Mire para mis costados pero no veía a nadie como para preguntarle.
Decidí ir a dar una vuelta por el tren para averiguar que era lo que estaba pasando.
Había camino hacia adelante y hacia atrás.
Decidí ir para adelante.
“Tal vez encuentre al guarda” me dije para mis adentros.
Caminé sin parar y no me tope con nadie en absoluto.
“¿Como puede ser un tren tan largo?” me pregunté.
Extrañamente, como te habrá pasado a vos, no parecía cansada.
De repente, oí un ruido detrás de mí y me di la vuelta.
Era una chica de pelo corto rojizo y llevaba en sus brazos un bebé de, Más o menos, ocho meses.
Cuando abrió los ojos pude ver unos cristalinos ojos verdes.
-Hola –dije yo dándole la bienvenida a aquel extraño mundo-.
-¿Qué? ¿Donde estoy? –Dijo ella- ¿Sos la muerte?
Yo me reí.
-No creo que yo sea la muerte –dije yo algo optimista- ni siquiera sé si estoy muerta.
-¿Entonces donde estamos? –Preguntó ella- No estamos muertos, no estamos vivos, ¿será el purgatorio?
La misma idea me había pasado a mí por la cabeza pero no quería asumirla.
-Puede ser –dije yo y la mire detenidamente- ¿No te conozco de algún lado?
-No creo –dijo ella- cambiando un poco de tema, ¿como fue que llegaste acá?
-Estaba en la casa de un amigo tomando un daikiri de frutillas y de golpe aparecí acá –dije yo- ¿Y vos?
-Mi historia es un poco más larga que eso. ¿Tenés tiempo? –Dijo ella riéndose- bueno, todo comenzó en el año nuevo de 1993, yo vivía en un pueblo de la ciudad de Buenos Aires junto a dos amigos: una chica y un chico. La chica, que no recuerdo su nombre, se fue a vivir al campo y nos dejó a mi amigo y a mí solos. Pronto crecí y me enamoré de aquel chico de ojos claros. Noviamos un par de años pero, al quedar embarazada, él me dejó por otra. Mi nena nació en Enero de este año. Mi ex marido, que era muy celoso, se compró un teléfono pero lo usaba para llamar a su nueva chica. No se como se llama ella...
-Yo sí se –la interrumpí- soy yo Andrea.
-¿Qué? ¿Cómo sabés mi nombre? –dijo ella sorprendida y me miró de arriba a abajo-.
Yo saque del bolsillo aquel anillo rosa del Topolín y ella entendió todo.
-Ana Remo –dijo ella- Cuanto tiempo sin verte, aunque debo decir que no me alegra para nada verte –me dijo y noté un dejo de preocupación en su voz-.
-Sí, supongo que debes odiarme por quitarte a Guillermo –dije yo mirando por la ventanilla- pero supongo que eso era inevitable.
-No, te equivocas, no te odio, solo que no me alegro –dijo ella algo confundida- ¿Sabés cuantos días pasaron desde que te accidentaste? –Dijo ella mirándome a los ojos- tres días, y en esos tres días Guillermo tomó veneno y murió.
El silencio se hizo en el lugar.
-¿Como que murió? –Tartamudeé- Acláramelo por favor.
-Sí, un tal Esteban le dijo que vos habías muerto –dijo ella- pero yo, al enterarme que él había muerto, tomé una almohada y asfixié a mí bebé.
-¿Lo mataste? ¿Estás loca? –Dije yo agarrándola del hombro- ¿Como pudiste hacer algo tan cruel?
-No lo sé, solo lo hice –dijo ella despreocupada- ¿Que sentido tiene que un hijo crezca sin los padres? Pensé en eso cuando lo maté y me pegué el tiro en la boca... fue muy doloroso pero alguien tenía que hacerlo.
Estaba horrorizada.
Miré al bebé y me pregunté con que sentido abría nacido el bebé si iba a morir seis meses después.
Estaba dándole vueltas al asunto en mi mente cuando el tren comenzó a aminorar la marcha y las puertas se abrieron.
-¿Debemos bajar? –Pregunté yo y miré a Andrea-.
“Bajen solo los que aman la vida y se arrepienten de sus pecados”
-¿El tren habló? –Dijo ella- ¿debemos bajar?
Yo pasé la puerta pero, al igual que el padre Elford, ella y su bebé no pudieron bajar porque la puerta se cerró antes.
“No amas la vida ni valoras tú existencia, amas el pecado y buscas cometerlo siempre. No bajarán”
Al decir esto, el tren arrancó y siguió su camino.
Me quedé allí mirando como se iba pero que nunca terminaba.
-Eso no termina nunca ya que cada segundo “suben” a él miles de personas con una segunda oportunidad de arrepentirse- dijo una voz que reconocí al instante.
Guillermo estaba detrás mío vestido con una sotana blanca y larga.
-¿Es esto el cielo? –Le pregunté yo a él después de abrazarlo-.
-No, esto es el corazón de Dios –dijo él y me confundió más de lo que estaba- Te explicaré: Cuando una persona muere aparece instantáneamente en el tren de la nada y se le da una oportunidad de arrepentirse –me explicaba él- si no lo hace, va directamente frente al altísimo y ÉL guarda la esencia en su mente para la próxima resurrección después del Apocalipsis.
-Pero ¿El Apocalipsis no es la destrucción de la tierra? –dije yo algo asombrada por la revelación.
Él se río.
-El llamado Apocalipsis no es otra cosa más que la muerte de la muerte, valga la redundancia, y la liberación de aquellos que han muerto y se encuentran ahora en el infierno –dijo él- y el infierno no es otra cosa más que la vida lejos de un Dios al cual amar -terminó él- ahora debes volver a la vida y recordar que lo bueno siempre es mejor-.
Me condujo hacia un tren que iba en el sentido contrario y era de color amarillo, el otro era de color rojo.
Cuando llegamos hasta ahí él me abrazo y me beso.
-Te esperaré aquí hasta que tú esencia venga a mí –dijo él, me soltó y me condujo adentro del tren.
-¿Por que no vuelves conmigo a la vida? –Dije yo-.
-No puedo ya que solo soy datos en el corazón de Dios –me dijo él y me sonrió.
Las puertas del tren se cerraron y este comenzó a andar.
Sentí el dolor de la vida, el sabor de la muerte y el amargo sabor de la derrota.
Volví a la vida y me encontré en una cama en una unidad de Terapia intensiva.
Estaba entubada y atada en la cama.
Junto a mí estaba Esteban.
-¿Qué pasó? –logré articular yo- ¿Donde...?
-¡Enfermera! ¡Despertó! –dijo él-.
Una enfermera se me acercó y me tomó la fiebre mientras otra me tomaba la presión.
Y así es como volví a la vida, me casé con Esteban y ahora me enteré que estoy embarazada.
-¿Posta? –dijo Alberto- ¿de cuanto estás?
-Tres meses y medio –dijo ella.
Todos los presentes la felicitaron y se pusieron muy contentos.
Pronto terminó el horario de visitas y los chicos se fueron.
Tony se paró en la escalera y le pareció escuchar el sonido de un cascabel.
No le dió importancia y volvió a su traffic blanca.
Cuatro personas vestidas de rojo, blanco, negro y verde aparecieron en la puerta del hospital cubiertas por las sombras de la noche.
-Jinetes, los hemos encontrado –dijo el de la remera de color rojo con una sonrisa macabra en su rostro- hemos encontrado a los Lázaros.
El final para los que tienen una segunda oportunidad se aproximaba, y ellos no lo sabían.
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